Por ser su oficio solicitado y crucial, tienen poder y capacidad de unir y convocar. Escasean en el Reino Unido, Canadá, Francia y los EEUU. Se pueden ver anuncios solicitando a choferes colombianos hojas de vida para tramitarles los documentos de migración. Tienen las herramientas no militares más poderosas y abundantes por su tamaño, maniobrabilidad, capacidad de obstrucción y de transporte. Pertenezcan a grandes compañías o sean dueños de su equipo, son en general jefes de familias de clase media, mejor remunerados que otros oficios básicos y más educados que los de generaciones anteriores.

Son conocedores de sus países, de sus regiones, de sus arterias viales, de la idiosincrasia y de la política doméstica y de las otras naciones que recorren por su oficio. Se han convertido en íconos de los dolores de nuestra sociedad agobiada: la falta de libertad en general, de las restricciones de movilidad y acceso derivadas del virus como son los tapabocas, las vacunas, los certificados de vacunación para realizar determinada actividad u oficio y de la distancia social. Son abanderados de protestas contra la inflación, los impuestos, la migración ilegal y la inseguridad. Su papel es protagónico en países variados como Francia, Canadá, Holanda, Nueva Zelandia, Chile y Bélgica. En Colombia han bloqueado masivamente varias veces. Son los camioneros reemplazando a los políticos y a sus filfas. 

En el norte de Chile miles de camioneros protestan por la inseguridad. Al grito de “fuera delincuentes”, rechazan la muerte de un colega y la agresión física que protagonizaron venezolanos a policías chilenos. La caravana atacó con furia el campamento de los inmigrantes quienes lo habían abandonado segundos antes. El año pasado en esa misma zona exaltados habían incendiado campamentos venezolanos con extrema xenofobia. No cesarán hasta que Chile cierre su frontera a los inmigrantes y se recupere la seguridad en esa región, dicen. En Arica ha aumentado en un 50% el tráfico de drogas y se han triplicado las muertes violentas y disparado los robos con violencia e intimidación en el último año. Se ha decretado el estado de excepción, con despliegue militar. 

En Francia, la Caravana de la Libertad entró a París con caos y preocupación por su efecto sobre la débil recuperación económica. Continuación de los Chalecos Amarillos, la protesta engloba las restricciones de la pandemia, los impuestos, la alta inflación y la inmigración. Resultado parcial: casi un centenar de detenidos, nueve mil policías en la calle y temores en el gobierno de Macron por las elecciones presidenciales de este abril, altamente polarizadas sobre esos asuntos como en casi todas las democracias. Se anuncian convoyes de bronca rumbo a Bruselas desde Francia y Holanda. 

En Canadá, tan civilizado, las protestas camioneras han congelado la comunicación terrestre con los EEUU en el oeste. Las pérdidas de empleo e ingresos en la industria automotriz ya se calculan en más de mil millones de dólares. Las demostraciones en Toronto usaron el ruido abrumador de los bocinas de los camiones para perturbar la tranquilidad invernal hasta que un juez decidió prohibir el ruido. La policía abarrotó el puente binacional Embajador y finalmente lo desbloqueó en medio de declaraciones del sindicato sobre “falta de los elementos necesarios para enfrentar la violencia y equilibrar la amenaza del tamaño de los camiones”. EEUU se prepara para manifestaciones y bloqueos similares. No deja de sorprender que los extremos políticos estén de acuerdo en estos eventos: el senador Rand Paul, de la derecha, hizo votos para que la protesta camionera llegara a los EEUU, paralizando ciudades y hasta el Superbowl. La izquierda pide más libertad de acción para las protestas. 

El final de las restricciones pandémicas de todas maneras sucederá pronto, pero se leerá como un éxito de los bloqueos violentos. Ojalá nos preparemos más esta vez para superarlos sin daño.