En noviembre de 2020, nos preparábamos para cerrar un año con la esperanza de que las pruebas diagnósticas dieran lugar a antivirales y vacunas que permitieran hacer seguro el contacto humano y la proximidad. Dos años después, la población mundial ha aumentado en más de 150 millones de personas, las cuales se concentran en las ciudades en una proporción mayor al 80%. ¿Por qué la ciudad y no el campo? Porque las ciudades (no todas…) es donde se concentran las oportunidades, la riqueza y el empleo y donde tenemos mayores posibilidades de desarrollarnos. Son el más grande logro humano en toda la historia y, por lo tanto, requieren un plan, pero sobre todo la capacidad para formular e implementar dicho plan. Y así como las ciudades evolucionan, sus planes tienen que actualizarse.
La COVID-19 no llegó al extremo de modificar las pautas urbanas de manera notable, como si lo hicieron en el pasado la tuberculosis, el cólera y la peste, pero si puso de manifiesto de manera urgente que se deben resolver de manera estructural los problemas sanitarios, de congestión, seguridad y acceso a las oportunidades productivas. Conceptos que se traducen en cuestiones sociales de primera línea como el espacio público, la vivienda digna, educación, cultura, salud y biodiversidad.
El futuro de la ciudad requiere de una gran apuesta que trascienda los postulados de cualquier plan de ordenamiento. ¿Qué si será densa, compacta, peatonal, diversa, sostenible y bien conectada? ¿O será dispersa, expandida sin control, devorando áreas naturales y demandando grandes recursos para los desplazamientos cada vez mayores?
La experiencia amarga del confinamiento dejó como reclamos unos mejores estándares habitacionales y el teletrabajo y teleaprendizaje permiten nuevas formas de ser productivos. Es inevitable entonces pensar que la apuesta por la ciudad debe ser verde y digital.
El urbanismo es posible, artículo de Oriol Bohigas publicado a inicios de 1980, y quien fuera responsable de la transformación de Barcelona. Allí cuestionaba la pertinencia de los planes urbanos como herramientas eficaces frente a la gobernanza de la ciudad y planteaba la ejecución de obras concretas que transformaran el territorio. Afortunadamente, esta tesis quedó superada en la práctica por una muy sólida reflexión estratégica y el soporte administrativo para poner en marcha el Plan metropolitano de Barcelona, sin que se diluyera en aspectos burocráticos.
Es claro, que los planes urbanos convencionales referidos a la regulación del uso del suelo y la zonificación de la ciudad, que se sustentan en un entramado legal sumamente obsoleto, han sido insuficientes e insignificantes para lograr los retos que el crecimiento urbano impone en aspectos básicos como la salud, sostenibilidad, resiliencia, movilidad, etc. Pero de otra forma los planes de ordenamiento y sus herramientas son las mejores herramientas con las que cuentan los ciudadanos y sus gobernantes para confrontar los cambios. Simplemente que esto no se logra solo con la voluntad o el trabajo de 3 o 4 personas.
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