La mamá de Fabián tenía una librería en el centro de Cúcuta. De modo que Fabián aprendió a gatear entre libros y revistas y periódicos. El niño se untaba de letras, arrancaba hojas y gozaba con los dibujos infantiles. Fue creciendo, entró al colegio, se graduó de bachiller y le llegó la hora de escoger carrera. Como el papá es empresario de finca raíz, el joven se inclinó por la arquitectura. Y se hizo arquitecto.
Pero en su sangre y en sus recuerdos de niño y en sus sueños, habitaba el fantasma de la poesía. Sin dejar su profesión de arquitecto, dedica horas enteras a escribir: Cuentos, poemas, libros. Come y subsiste con sus ingresos como arquitecto, pero vive con las ilusiones y ensueños que produce la literatura. Y su mamá, Gloria, le alcahuetea todas las aventuras literarias.
Fabián escribe y publica y gana premios. Está metido en el cuento fascinante de la escritura. Ha publicado Cartas para Antonia, Cuentos cortos de una colcha de retazos, Cuentario y Los sueños de Alejandro. Es conocido como escritor en México y España, en Venezuela y obviamente no mucho en Colombia por aquello de que Nadie es Profeta en su tierra.
Pero ahora anda metido en otro rollo: Le dio por reunir cierta cantidad de niños, entre los siete y los quince años, con ganas de ser escritores, y les organizó un taller de escritura. En Semana Santa, después del viacrucis y de la visita a los monumentos, Fabián se dedicaba a trabajar con la sardinería, a echar cuentos, a estimularles la imaginación y la creatividad.
Se reunieron, trabajaron, leyeron, escribieron, corrigieron y pasaron a limpio. Algunas mamás se pegaron a la mantequilla, orgullosas de ver cómo sus hijos se defendían entre las letras. Y en todo, al lado de todos, metiendo siempre la cucharada pero para bien, Gloria, la mamá de Fabián, entusiasta como su hijo, alegre como unas pascuas, aportando toda su capacidad de trabajo y sus deseos de que los sueños de Fabián se le hagan realidad.
De veras, es meritorio que un muchacho (Fabián apenas tiene 28 años) se preocupe por su ciudad, por educar jóvenes y niños para llevarlos de la mano hasta convertirlos en escritores.
Y a fe que lo va consiguiendo. Después de los dolorosos vienen los gozosos, dice el refrán. Y así fue. Después de la Semana Santa, cada participante entregó un cuento y con todos, Gloria y Fabián hicieron un libro artesanal. Los imprimieron, los recortaron, los empastaron y así salió a la luz pública. Los conocimientos sobre maquetas, recortar cartón y pegar hojas, aprendidos durante su formación como arquitecto, le sirvieron a Fabián para sacar este libro que denominaron “Pequeños grandes escritores”.
Pero eso no es todo. Uno de estos pequeños grandes escritores, Daniel Orozco, de 12 años, resultó dibujante y se encargó de ilustrar la portada y todos los cuentos del libro.
Yo fui invitado al lanzamiento del libro. Tamaña sorpresa la que me llevé: ver escritores de esa talla. Niños de siete años, de diez, de doce, de quince. Creadores de un libro sabroso, como la cerveza artesanal, como el vino criollo, como la mujer cucuteña. Nunca antes yo me había codeado con gente menuda de tanta importancia. Me quité el sombrero ante ellos, perdón, la gorra; abracé a Gloria y a Fabián, y me enternecí con semejantes resultados.
Ojalá todos los escritores siguiéramos el ejemplo de Fabián Buitrago López y de su señora madre, doña Gloria López que, a la pata de su hijo, también anda metida en el cuento de las letras.
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