Era, y seguirá siendo por algún tiempo (3 años?) la animosa exclamación de los tosudos seguidores de la fiesta brava…que de brava solo tenía las fieras embestidas de un animal liberado de su calculado encierro y que sale despavorido a enfrentarse, asustado y ansioso a defender su natural entorno. Lo han preparado juiciosamente para comerciar su casta y su feroz arremetida ante un escenario de ovaciones y de engaños.
El torero, inteligente y calculador, le permite que en su alocada salida y aprovechando el factor sorpresa, se acerque y lo salude invitándolo a cornear el trapo rojo, que hábilmente lo retira una y otra vez mermando su entusiasmo inicial.
No contento con estas maniobras iniciales, el entusiasta y alicorado público quiere más !! Y qué mejor que ver sangre.
El ya disminuido miura, es castigado con elementos corto punzantes de acero firme e infalible: banderillas que cuelgan a los lados del lomo balanceándose cruelmente con los movimientos del astado.
El siguiente tercio es con la muletilla; un pedazo de trapo más pequeño y sostenido, como cruel advertencia, por el instrumento fatal que en pocos minutos dará muerte al infeliz y valiente animal: la espada. No hablo del “picador” que a caballo y con la pica disminuye más al cansado animal para no alargar más el cuento….
Ya el entusiasmo del insaciable público y con los ojos desorbitados exige desangramiento final; castigo cruel e inmerecido para un animal que no debe ser aislado de su tranquilo entorno…pero el negocio es lucrativo y calma la sed de sangre y martirio en un país agobiado por la ignominia de una guerra fratricida que no tiene fin.
No es más que un triste espectáculo de muerte y tortura calculados.
El agobiado y torturado animal es finalmente obligado a bajar la testa, no le queda otra opción; el cansancio lo obliga a ofrecer su sangrante lomo al torero; la espada en su bien calculado recorrido desgarra las entrañas del animal.
No es nada bonito ni festivo ni mucho menos artístico observar al bravo y noble astado ser conducido amarrado de su majestuosa cornamenta y arrastrado a los corrales de donde nunca debió haber salido para ofrecer un espectáculo cruel y patético. No es arte, es violencia y tortura ofrecida a un público que ya debería estar hastiado de lo que vivimos y sufrimos a diario en nuestra sufrida patria.
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