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Oasis vallenato
En esta ocasión rendimos homenaje al “último de los juglares”, el maestro Adolfo Pacheco Anillo.
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Sábado, 21 de Septiembre de 2019

Las potencias se muestran los dientes en los mercados, las armas resuenan en el mundo y, más cerca, la Amazonía arde, Argentina tambalea y Venezuela cae en barrena. En Colombia, la violencia ronda la campaña electoral, un escándalo tapa al anterior, los asesinos se vuelan y enfrentan al país con alevosía, y los corruptos salen de las cárceles, mientras el Gobierno se aplica a conjurar tantos demonios heredados y a construir futuro. 

En medio de esa coyuntura inquietante que ocupa las columnas de opinión, quiero entrar en un oasis donde se apague el ruido de tantos males; un oasis de música y alegría, de folclor y tradiciones sencillas, un oasis vallenato en el 41º Festival Cuna de Acordeones, en Villanueva, La Guajira, que realizamos entre el 19 y el 22 de septiembre. 

En esta ocasión rendimos homenaje al “último de los juglares”, el maestro Adolfo Pacheco Anillo, autor de “La hamaca grande”, una canción que le ha dado la vuelta al mundo, además de un gran repertorio de esa música provinciana que enamoró a propios y extraños. 

En el segundo Festival de la Leyenda Vallenata -1969-, su compadre, Andrés Landeros, se obstinó en presentarse a pesar del favoritismo sobre “Colacho” Mendoza, y de que, en aquel entonces, el festival era algo excluyente y se consideraba a los sabaneros como “imitadores”. 

La corona, finalmente, quedó sobre la cabeza de “Colacho”, y Adolfo, no en plan de reproche, sino de lamento, compone  “La hamaca grande” para notificarle al mundo vallenato que no eran imitadores, sino que contaban con una escuela y una tradición folclórica “que también tiene leyenda, cual la de Francisco el Hombre”.

Adolfo se atreve a “llevarle ¡al Valle! una serenata (…) con música de acordeón” y con el folclor “de la tierra de la hamaca”, su natal San Jacinto, y de ñapa, le lleva una “más grande que el cerro e’Maco”, el más alto de los Montes de María. ¿Y para qué?; pues para que “el pueblo vallenato, meciéndose en ella cante”; cante su vallenato sabanero, pero al fin vallenato, y del mejor.

Ese folclor narrado, ese reclamo cantado, tan de la esencia vallenata, no podía faltar en el juglar sabanero; pero su sello, en mi sentir, es la sencillez provinciana de su inspiración, como recuerda su canción al “Viejo Miguel”, su padre: “la ciudad tiene su mal para el provinciano” y, por eso, “yo vivo mejor llevando siempre vida sencilla”. Recuerdo que mi padre insistía en ese rasgo de vallenatos y sabaneros: sin importar su estatus ni donde se encuentren, siguen –seguimos– siendo irremediablemente provincianos.  

Folclor y cultura, concursos en todas las categorías y, sobre todo, vallenato con los mejores: Jorge Celedón, Poncho Zuleta, Diego Daza, Pangle Maestre y Silvio Brito, entre otros, que podrán disfrutar quienes decidan, al decir de los opitas, “pegarse la rodadita” al “Cuna de Acordeones” en Villanueva.

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