Pregunta una alta funcionaria de Procolombia por qué los empresarios colombianos no quieren exportar y expresa frustración porque a pesar de todo el esfuerzo que hace dicha entidad para conectarlos con la demanda externa han permanecido relativamente indiferentes a su labor.
Ven muchos riesgos que van desde que les metan droga en sus embarques hasta que no les paguen, que los traten como a delincuentes y les pongan multas confiscatorias por no dominar las reglas del mercado de divisas.
Efectivamente estos peligros son reales. Los obstáculos que les imponen las autoridades pueden ser infranqueables. También están en mora de reemplazar la estructura tributaria existente por otra más trasparente y más boyante.
Pero la razón verdadera por la que no les entusiasman las oportunidades de los mercados externos a los productores nacionales es que en el mercado local ganan lo suficiente, sin esforzarse demasiado.
Padecen del síndrome del burro amarrado. Los TLCs brindan la oportunidad de acceder a mercados mucho mayores que el nuestro. Pero para aprovecharlos se requiere que los empresarios hagan la tarea de establecerse en ellos.
Firmas medianas y pequeñas que han hecho este esfuerzo pueden mostrar resultados extraordinarios y se cuentan entre los productores más destacados en su línea de exportación en mercados de lujo o en segmentos de mercados especializados.
Pocas empresas de mayor tamaño han tenido éxito en este empeño, aunque por lo menos dos o tres ejemplos de las que son líderes en el mercado mundial de sus productos se pueden traer a cuento, todos ellos de Barranquilla.
Estos ejemplos son excepcionales. Cómo llegaron unos pocos a posicionarse en sus respectivos mercados seguramente se debe al esfuerzo y a la visión de los propietarios de esas empresas.
No es algo fácilmente replicable pero su éxito y su existencia son evidencia indiscutible de que si se puede.
La pregunta es cómo multiplicar estos ejemplos. Chile y Perú han crecido más, son más competitivos y exportan más que Colombia, no solamente materias primas y minería sino productos especializados del sector agropecuario y algunos industriales. Esas economías funcionan con niveles de protección inferiores a los de Colombia, con aranceles más bajos y con una menor dispersión de ellos. Todo esto apunta en la dirección de un régimen de comercio exterior con menores niveles de protección y más homogéneo, un paso que se debe dar, en el sentido contrario del que propone la ANDI y de lo que el gobierno le concede.
El cambio estructural que requiere la economía colombiana exige adicionalmente una intervención más decidida del estado para orientar y atraer nueva inversión doméstica y extranjera en empresas exportadoras; e invitar a grandes productores internacionales de alimentos a producir en la altillanura. JP Morgan Asset Management no ha puesto a Perú o a Chile en la categoría de las “cinco más frágiles” economías emergentes pero sí a Colombia (Steve Johnson, Financial Times, Agosto 13 de 2015). No estábamos blindados, después de todo. No hay cabida para la pereza exportadora ni para desperdiciar oportunidades por cuenta de reticencias injustificadas e improductivas sobre la propiedad y los usos de la tierra. (Colprensa)