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En Colombia se especula, pensando en las presidenciales de 2022.
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Domingo, 1 de Agosto de 2021

En Ecuador ganó la derecha financiera, y en Perú la izquierda del magisterio sindical. Iván Duque y otros representantes de gobiernos extranjeros asistieron el pasado miércoles a la posesión de Pedro Castillo, nuevo presidente del Perú. La segunda vuelta le otorgó una ventaja de 44.263 votos sobre Keiko Fujimori, equivalentes al 0.25% del total. Las expectativas son muchas, dada la visión izquierdista de Castillo, quien insistirá en una nueva Constitución para desarrollar su proyecto.  

En Colombia se especula, pensando en las presidenciales de 2022. Ciertamente, un escenario polarizado entre los extremos de derecha e izquierda puede darse en segunda vuelta, a no ser que señalemos una tercera opción. 

La polarización nuestra, adobada por el proceso de paz y/o la confrontación Uribe-Santos, difiere mucho de la peruana, en donde en primera vuelta participaron 18 candidatos, siendo los finalistas Castillo y Fujimori, respectivamente con el 18.9% y 13.4% del total de votos. El tercero alcanzó el 11.7%, al paso que el octavo el 5.6%, confirmando una reñida competencia y ausencia de polarización real, pero también confusión ciudadana. Por supuesto, la definición presidencial en dos vueltas termina polarizando. Es claro que el 67,7% de los peruanos no votó por Castillo ni por Fujimori en primera vuelta, lo cual muestra el sofisma de legitimidad que ocasionalmente deriva de un sistema de dos vueltas. 

Los peruanos mayoritarios también terminaron escogiendo entre el izquierdista Castillo y la derechista Keiko, hija del recluso expresidente Alberto Fujimori. El temor a la izquierda, estratégicamente amplificado, permitió que la derecha recogiera el centro y más, formando un conglomerado de impunidad al olvidar no sólo el corrupto régimen de Fujimori padre, sino también que la misma Keiko y su marido están involucrados en los escándalos de Odebrecht. 

Sobre Castillo se especula mucho, y se resaltan su poca preparación y experiencia en asuntos públicos. Algunos auguran un fracaso total, con direccionamiento tipo Venezuela. Más allá del personaje, de origen campesino y vocación para enseñar, el resultado indica la desesperanza del pueblo, con su carga de pobreza, discriminación y falta de oportunidades, de lo cual es responsable la élite que ha gobernado. Bajo esta perspectiva, el panorama es similar al colombiano.

Nada será fácil para Castillo, comenzando por la fuga de capitales que auspician sectores dirigentes, a pesar de haber nombrado un ministro de Hacienda perteneciente al establecimiento. Pero pretender adivinar el futuro, anticipando el fracaso por deseo, es una postura irresponsable, derivada del fanatismo político. Más bien, para entender el inmenso desafío de Castillo, miremos qué país recibe. 

Una nación política enferma, con una clase dirigente en descrédito, al punto que hubo 18 candidatos. Desde 2001, cuando Alberto Fujimori dejó el poder, Perú ha tenido a Paniagua, Toledo, García, Humala, Kuczynski, Vizcarra y Merino, unos elegidos y otros interinos, lo que contrasta con Colombia en el mismo período. 

En términos económicos, Perú está mejor, aunque su crecimiento en parte haya derivado del cobre y la plata, que hacen el 55% de las exportaciones. El país, que también es presa del  voraz neoliberalismo, tiene un desempleo del 6.6%, y una deuda externa de 83.000 millones de dólares, equivalente al 39.9% del PIB; su balanza comercial es positiva, con relaciones económicas diversificadas, sin depender de los Estados Unidos. 

Socialmente, Perú sigue siendo un país de inequidad, como quiera que el 22% vive en pobreza, agravada por la discriminación étnica. Desde la época de Velasco Alvarado (1968-75), no ha tenido Perú un gobernante que acerque el Estado a las clases populares. Pedro Castillo, en su inmenso reto, tiene el desafío de lograrlo, sin caer en el socialismo autoritario ni la desviación institucional. Una tarea difícil pero no imposible, cuyo norte tiene que ser la búsqueda de la justicia social.

Del Perú y Ecuador, los colombianos podemos aprender mucho, para hacer valer el mejor de nuestros títulos en 2022: ser verdaderos ciudadanos. 

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