Hace unas semanas participé en lo que terminó convertido en un acalorado debate sobre la participación política de las mujeres en los escenarios estatales. Si bien con las panelistas compartimos anhelos de una representación equitativa, que logre traspasar el 30% asignado por las leyes de cuotas que para muchas se ha vuelto un infranqueable techo de cristal, la conversación tomó un rumbo confrontativo luego de que mencioné que mayor participación de mujeres no significa mejor representación de nuestras agendas.
Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, y Milla Romero, la única senadora de la región, son dos ejemplos de tal paradoja; López, cuya candidatura muchas vimos con recelo por sus posturas y resignación al ser la única mujer aspirando al cargo, ha arremetido de múltiples formas contra los derechos de las mujeres en la capital:
1. Desde la medida del pico y género, que resultó en mayor hostigamiento por parte de agentes de fuerza pública e integrantes de la sociedad civil contra las mujeres Trans,
2. El cobro del espacio público a vendedores informales, cuya ejecución está planeada para el finales del 2021, siendo muchas mujeres cabeza de hogar y sin mayores posibilidades de movilidad económica quienes recurren a las ventas ambulantes para llevar ingresos a sus hogares,
3. La declaraciones cargadas de xenofobia al equiparar a población de origen venezolano con la criminalidad en los centros urbanos, postura que recrudece la violencia por prejuicio principalmente contra mujeres migrantes. Romero, por otra parte, fue explícita desde el inicio de su candidatura a su oposición a los Acuerdos de Paz, suscritos con las FARC hace cuatro años, y en las últimas semana radicó un proyecto para derogar la Justicia Especial para la Paz (JEP), desconociendo los arduos procesos de construcción de paz territorial liderados por mujeres.
Es necesario preguntarse ¿a qué mujeres representan estas autoridades? Sus actuaciones revelan que no todas cabemos en sus discursos: ni las mujeres Trans, ni las mujeres de sectores económicos precarizados, ni las migrantes, ni las lideresas que protegen las aspiraciones de paz, justicia y no repetición. Luego de dicho esto en el espacio de debate, la respuesta fue que mis argumentos eran más políticos que representativos, al parecer mis prioridades estaban erradas: como mujeres debemos discutir sobre empleabilidad femenina, acceso a derechos sexuales y reproductivos, reducción de índices de violencia de género, mientras que asuntos como discriminación institucional, la implementación de los acuerdos de paz, la xenofobia y la privatización del espacio público hacen parte de una agenda más amplia y más “política” que aquella que debe preocuparnos.
No obstante, las inquietudes que expresé son transversales y determinantes en la vida de muchas mujeres que son marginadas por aquellas que se encuentran en posiciones de mayor poder. Si bien el acceso a anticonceptivos y a la ruta de atención a violencias de género son importantes, no necesariamente constituyen sus urgencias ¿por qué? Porque la situación de precariedad, olvido y persecución requiere unas medidas más profundas para garantizar unas condiciones de vida digna y ecuánime.
No me malinterpreten, desde el Observatorio de Asuntos de Género de Norte de Santander, organización que dirijo, trabajamos arduamente en la erradicación de violencias de género y las barreras que impidan la autonomía corporal para todas, pero es por mi mismo trabajo y la escucha atenta a distintas mujeres en territorio departamental y nacional, que entendemos que priorizar dichos aspectos hace parte de una agenda urbana, de mujeres connacionales y en unas posiciones socioeconómicas mucho más privilegiadas.
Algo bastante lejano a la realidad que vivimos en la frontera nororiental. Por ende, más mujeres no necesariamente conlleva mejor representación, es ahí donde las cifras se quedan cortas, debemos complejizar el debate ya que nuestras realidades son mucho más intrincadas que un porcentaje. Necesitamos más mujeres en cargos de autoridad pero, como dice el resabio popular: sí, pero no así.