Los que no son del campo no saben lo que significa el refrán con el que encabezo esta nota. Por eso intentaré explicarlo. Resulta que los cerdos tienen un cambio asombroso en su comportamiento cuando les cambian el lazo sucio y maloliente con que los amarran, por otro nuevo, blanco, oloroso a bueno. Los puercos saben distinguir lo que huele a cochino y lo que huele a rico. Y entonces cuando estrenan lazo, brincan, corren, gruñen, se tiran al piso, se revuelcan y demuestran su alegría porque andan estrenando.
Sucede lo mismo con ciertas personas cuando logran sus objetivos o cuando les va bien en algo. Brincan, corren, demuestran su alegría y cambian el mal genio y amargura con que de ordinario se les ve, por un júbilo casi que inmarcesible, como el del Himno Nacional.
Y eso es bueno. Notoriamente bueno. En un país como el nuestro, feliz por naturaleza, según dicen las encuestas, los estudios y los chistes, hay un sector que vive amargado. Son los políticos. Los políticos sólo sonríen en campaña, pero se les nota, como a las reinas de belleza, que se trata de sonrisas forzadas. Pasan las elecciones y la amargura del alma vuelve a embargarlos, de la cabeza a los pies.
Los que pierden, porque perdieron. Eso es obvio. Nadie se alegra con la derrota. A menos que se den contentillo como el técnico de fútbol, Maturana, que se hizo famoso con aquella sabia sentencia: “Perder es ganar un poco”. Pero los políticos saben que perder es perder.
Y los que ganan, se vuelven amargados porque saben que ahora empiezan sus votantes a reclamarle el puesto o la beca o la ayuda económica, por el voto que le dieron. Y eso les amarga la existencia.
Por eso me alegro cuando veo políticos felices. Y me refiero, en este caso, a las promotoras de la consulta anticorrupción del pasado domingo. Ellas, pareja en la calle y en la casa, han dado muestras de su felicidad conjunta, porque le metieron el pecho, o los pechos y aunque no ganaron (ellas dicen que sí ganaron), se les nota de lejos su inmensa alegría.
Ojalá cuando lleguen a la Alcaldía de Bogotá, no pierdan su alegre entusiasmo. Digo lleguen, en plural, porque las dos son una sola. Es que eso dicen los entendidos en política. Que la consulta fue la plataforma para lanzarse con alma, vida y peinados, a conquistar el primer puesto distrital.
Independientemente de qué fin tenga la consulta, vale la pena recordar el refrán del puerco cuando estrena lazo. Yo soy un amigo incondicional, no de las consultas, sino de la alegría de los colombianos. Es lo que trato de hacer con esta columna, que la gente sonría, que sea feliz, que deje de ser amargada. Y si las consultas al menos sirven para eso, bienvenidas sean.
No importa que las respuestas hayan sido obvias, y que se haya gastado una millonada. Cualquier cantidad es poca en comparación de la felicidad de las promotoras y de sus incondicionales seguidores. Tal vez ahora con el triunfo, según dicen, del domingo pasado, se curen de la amargura que les produjo la derrota de junio.