Hace unos días saltó la noticia en diarios ingleses acerca del cambio en los textos de algunos cuentos del escritor Roald Dahl, por parte de la editorial dueña de sus derechos. Dichas variaciones se refieren a adjetivos tildados de ofensivos, a cuestiones de género y hasta de raza, palabra que pronto desaparecerá de los diccionarios como tantas otras injuriosas, insensibles y denigrantes usadas en literatura.
Estas personas (con su rebaño detrás), brazo de la cultura woke a la que le dieron una vuelta de tuerca para convertirla en la tribuna de los probos, en el estrado de las virtuosas, aparcan en la zona del ridículo, todo en aras del bienestar de lectores que no se lo están pidiendo. Argumentan que examinan los escritos para adaptarlos a una “audiencia moderna”; hicieron una especie de auditoría con lectores especializados y muy sensibles para que la infancia, la juventud y uno que otro adulto no tengan que pedir cita en siquiatría.
Me entran ganas de jugar, a ver, que pase Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento (nota del editor: por favor, cambiar por “cadena perpetua revisable”, es más humanitario), el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre (mejor “madre”, es más igualitario) lo llevó a conocer el hielo. (…) Exagerado, ¿no? ¡Un exabrupto! ¿Se está llegando a la censura mojigata, a la tijera pacata? Es que no sólo se trata del lenguaje, querrán podar la creación, la pasada y la de los autores actuales, desearán apoderarse de la manija y predicar una nueva manera de contar historias, las que ellos no sabrían escribir; asumen que la corrección (cualidad de conducta irreprochable) y la corrección (librar de horrores y defectos) son su bandera y su estribillo.
Si estos editores (y los que se le sumen, que pasará) leyeran algunos apartes “muy sensibles” de los libros sagrados abrahámicos ¿los mutilarían, harían una versión light? Tal vez sea una buena idea, se salvarían vidas y algunos cerebros. Es que hay mucho propagandista esnob con vestiduras rasgables, que lee Lolita a escondidas y desearía ver alguna de Pasolini a hurtadillas; seguro ven series deleitándose con la “zona carnosa que rodea el orificio que remata el conducto digestivo”, o “los órganos glandulosos y salientes que los mamíferos tienen en número par y sirven en las hembras para la secreción de la leche”. (gracias diccionario, qué va a ser de ti, diccionario). ¡Uy! esto parece un hate-twit, pero largo. Pongamos vocabulario a disposición para hipotéticas discusiones: atrasados, retrógrados, rancios, reaccionarios; pero ojo, que tienen que pasar por la lista negra de estos señores. Y estas también: escrupulosos, medrosos, timoratos, gazmoños, (por supuesto con sus correspondientes aes, es, equis y @). Ni tanto que queme al tonto, ni tan poco que no lo irradie.
Y en las otras artes, qué: ¿Tapamos L’origine du monde de Courbet con una prenda interior roja o amarilla para la buena suerte? ¿Presionamos a Fernando Botero para que pinte bailarinas lánguidas, guitarristas famélicos? ¿Capamos al David de Miguel Ángel? Si buscamos una palabra que les encaja es Hipocresía. Y otra que no usan: Contexto. Si el señor Dahl creó personajes tan desfavorecidos, historias tan crueles, ¿por qué no hacen una pira y queman sus libros de una vez? Respuesta: porque perderían dinero. Tal vez triunfen, hay mamitas y papitos muy correctos; en la noche leerán a sus hijos las nuevas versiones (si no están despotricando con sus móviles), impostarán voces con esas historias liposuccionadas, (si los niños no están disparando en sus videojuegos). Tal vez logren dormirlos. Pero de aburrimiento.
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