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Yo no sé en qué momento se jodió la educación en Colombia
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Martes, 16 de Mayo de 2023

Ayer, día de san Juan Bautista de la Salle, los maestros estuvieron de rumba. Algunos recibirían regalos, abrazos, homenajes y hasta medallas. Otros recibirían madrazos, porque de todo hay en la viña del Señor, según dice la Biblia.

Me pregunto cuánta gente ayer recordó con cariño a sus maestros, los que les enseñaron los primeros garabatos, los que les  corrigieron los primeros cancaneos al leer, incluso los que les daban regla por las manos si no se sabían las tablas de multiplicar.

Decían los antiguos que “la letra con sangre entra”, es decir, que los maestros de antes enseñaban a punta de coscorrones, tirones de orejas, ferulazos y  arrodilladas. Y así aprendimos a ser gente de bien.

En cambio los pobres maestros de ahora viven humillados por el alumno y el padre de familia, aculillados por temor a una demanda, se dejan manosear, se dejan tratar de tú a tú.  Por eso andamos como andamos.

Yo no sé en qué momento se jodió la educación en Colombia (parodiando el título de un libro En qué momento se jodió Colombia), o tal vez sí lo sé. La educación nuestra se patarribió desde el momento en que se les prohibió a los papás y a los maestros castigar a sus hijos y pupilos.

La mamá daba chancleta, el papá daba correa y el maestro zarandeaba. El país andaba mejor. Claro que había fallas, no todo era color de rosa, pero no estábamos en el precipicio en que hoy andamos por culpa del “dejar hacer, dejar pasar”.

Ayer recordé a mis maestros y maestras, con gratitud y cariño. Empezando por mi mamá, que me enseñó a leer, como ya lo he dicho varias veces. Mi papá, que era albañil, me enseñó a batir mezcla y a pegar ladrillo. Mi abuelo, que alguna vez fue arriero, me enseñó a amarrar cargas de café sobre las mulas. Y ¡ay! del juapa, si algo me salía mal.

Tuve un maestro ocañero, Juan Francisco Vila, que sabía de todo. No sólo nos enseñaba números y letras, sino a hacer pan en un horno casero, y a hacer taburetes y a nadar en el río. Fue él quien llevó a Las Mercedes la primera bicicleta, a lomo de mula. Y los domingos no enseñaba a montar en ella. ¡Cuántos porrazos nos dimos y cuántas peladuras nos hicimos, tratando de aprender a montar en cicla, por las calles empedradas del pueblo! ¡Y cuántos fuetazos nos llevamos al llegar a casa con los calzones rotos y las rodillas peladas! Gracias, maestro.

Recordé ayer a un maestro que vestía siempre de blanco, Jesús Ibarra Tirado. Y usaba saco, a pesar del calor de Las Mercedes. Era un caballero. Nos enseñaba siempre a saludar de mano, a cederles la acera a los mayores, a respetar a las mujeres y a ser generosos con el que tenía menos. Y aunque se le notaba el pesar al tener que castigarnos, lo hacía sin que le temblara la mano.

Imborrable será la figura de Hipólito Latorre Gamboa, el rector de la Normal de Convención, que me estimuló en mi ventolera de sacar un periódico estudiantil. En un mimeógrafo, untados de tinta hasta las…cachas, me acompañaba los sábados en la tarde. Me enseñó a ser periodista. ¡Y no era periodista, sino buen maestro!

Imborrable también José María Peláez Salcedo, escritor, que me enseñó los secretos de la poesía, en el Instituto Piloto de Pamplona (hoy Iser).

Y muchos otros que no alcanzo a nombrar. A todos, vivos y muertos, mi gran abrazo ayer y hoy y siempre. Gracias, mis maestros. 

gusgomar@htmail.com

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