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El día del burro
No deja de ser interesante que el día del Trabajo esté dedicado también al día del burro.
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Jueves, 4 de Mayo de 2023

Desayuno todos los días con Huguito. Digo mal. Desayuno con arepa y huevo, y simultáneamente le echo miradas a Huguito. Tampoco es cierto. Simultáneamente voy mirando la Mirada al pasado que escribe por redes el investigador, ex cónsul y buen amigo, Hugo Espinosa Dávila.

Por él supe que el 1 de mayo se celebró el día del burro. Y aunque las coincidencias no existen, no deja de ser interesante que el día del Trabajo esté dedicado también al día del burro. Será por aquello que dice el dicho: “Trabaja como un burro”. O será por los que salen a desfilar ese día, gritando las mismas consignas que gritábamos los universitarios de hace cincuenta años.   

 Sin embargo, proponen algunos que la fiesta del burro se celebre el día 8 de mayo, para evitar confusiones con la fiesta del 1 de mayo.

 Sea cual sea el día, y celébrese como se quiera celebrar, la verdad es que nadie en el mundo merece más reconocimiento que el burro, animal noble, humilde y no tan burro como la gente cree.

Para empezar, el burro tiene aires de divinidad, como lo demuestran las Sagradas Escrituras. En un burro, fletado porque ni burro tenía el pobre José, llevó el hombre a su esposa María, barrigona, a punto de dar a luz, con antojos raros y quejumbrosa (“este muchachito que no se está quieto un momento y no me deja ni dormir”) a cumplir con su deber de registrarse como ciudadanos de bien que eran.  

De esta manera el Padre Eterno dispuso que el niño naciera en Belén de Judá, como estaba escrito, y que al no haber hoteles, ni posadas ni moteles disponibles, tuvieran que refugiarse en una pesebrera en las afueras de la ciudad, donde un buey solitario rumiaba plácidamente. Allí, el burro fue testigo del más grande acontecimiento sucedido en la historia de la humanidad: el nacimiento del Señor Jesús.

Si hubieran viajado en litera, o en finos corceles y si se hubieran hospedado en un hotel cinco estrellas, otra sería la historia. Pero, para bien del burro, las escrituras se cumplieron tal cual.

Cuando les tocó salir huyendo hacia Egipto –por la persecución de Herodes- José, María y el Niño no se fueron en barco, ni en tren, ni en helicóptero. De nuevo, alquilaron el mismo burro, en el que fueron, y años más tarde regresaron, después de la muerte del tirano. Porque los tiranos también mueren.

El domingo de Ramos, Jesús hubiera podido decir: “Tráiganme un caballo enjaezado”. Pero no. Envió a dos de sus discípulos: “Traedme un pollino”. Y montado en un borrico fue aclamado por la multitud jerosolimitana.

Aun cuando no se sabe el nombre del asno que montaba Sancho Panza, el animal entró pisando fuerte a las páginas de la literatura universal. En efecto, el jumento no le perdía patada a Rocinante y jamás Sancho tuvo que andar a pie por cansancio del burro.

Sancho aprendió mucho de don Quijote, pero también Sancho le dio sus enseñanzas al Ingenioso Hidalgo. De igual manera, el burro debió aprenderle a Rocinante algunos de sus pasos y trotes y embestidas. Los burros no son tan torpes como dicen.

Platero, otro humilde jumento, hizo todo lo posible brincando, pataleando y hasta mordiendo, para que a su creador, Juan Ramón Jiménez, le dieran el Nobel de Literatura.

Brincando y pataleando, a mí me tumbó un burro alguna vez de niño. Creía ingenuamente que por ser de baja estatura, si me tumbaba, el golpe sería leve. Falso. Fue duro el tochazo. Y no volví a montar en burro. 

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