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Lino A. Clavijo In Memoriam
Lino Antonio Clavijo Pérez era el segundo hijo del segundo matrimonio de Eduviges Clavijo Maldonado con Carmelina Pérez Quintero
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Martes, 18 de Octubre de 2016

(Fragmentos de la oración fúnebre pronunciada en el mausoleo La Esperanza, Girón, en la misa de cuerpo presente el 25 de septiembre de 2016).

Mi tío Lino se ponía bravo cuando uno no le pedía la bendición. Por eso empiezo diciendo: ¡la bendición, tío!

Lino Antonio Clavijo Pérez era el segundo hijo del segundo matrimonio de Eduviges Clavijo Maldonado con Carmelina Pérez Quintero. De la estirpe de los Clavijo era hasta ayer el mayor. Ahora ocupa ese lugar Elena, la tía Elena. ……………………………………………

Yo escribí las hazañas de Lino Clavijo Pérez en varios cuentos, uno de los cuales envié a España a un concurso. Y cuando le comenté, me pidió que se lo trajera. Yo se lo traje, empastado, y él y Herminda lo leyeron cuidadosamente. Él era el héroe de esos cuentos, y el protagonista de muchos relatos que he plasmado en páginas publicadas. ¿Cuál es la explicación? Que en mi niñez, mi tío Lino era mi Superman, mi Llanero Solitario, mi Butch  Cassidy, mi supervaquero de las historietas que leíamos en aquella época. Uno de niño idealiza a sus héroes. Yo lo idealicé, y no en vano, pues al menos dos veces lo vi batirse al puro  estilo del oeste americano.

Dije por ahí en un escrito que cuando pensé dedicarme a escribir, elegí escribir novelas de vaqueros, pero al final mi pluma tomó otros senderos.

Es que Dios le había dado a Lino una valentía extraordinaria, y la tenía sobrada, como si a nada le temiera. Hasta creo que la disfrutaba. Por ello se jugaba la vida audazmente, y de todos los trances salía victorioso, sin matar a nadie.

Ese aspecto de su vida me subyugaba, me atraía, y ganó mi admiración. Fueron  muchos los episodios en que tuvo que batirse con asaltantes y malandrines o enemigos.

En una ocasión, viniendo de Puerto Santander a Cúcuta, en un autobús, con mercancía que había ido a vender y con dinero producto de la venta, el carro fue atracado por varios forajidos. Todos los pasajeros se quedaron congelados en sus sillas, y Lino fue el único que reaccionó y los enfrentó, ante lo cual los demás se animaron y lo respaldaron.

Pero igualmente hubo en su vida episodios en que se mezclaban la reyerta y lo divertido como aquella vez, un seis de enero,  en que se vistió de rey mago con otros dos amigos. Mi madre tuvo mucho que ver en la preparación de los atuendos, de las coronas reales de cartón dorado, de polainas, túnicas de hermosos colores brillantes, carmesíes, azules, verdes, tornasolados, amplias capas, y espadas doradas de cartulina. Estos monarcas montaban hermosos caballos.

Pues ocurrió que después de la ceremonia de adoración de los reyes magos al Niño Dios al pie del árbol en la plaza del pueblo, vino un baile en la casa de mi padre. Melchor, Gaspar y Baltasar  eran los principales invitados. Casualmente, a Lino, que era quisquilloso, algún bailarín seguramente le pisó un callo, ¡y quién dijo miedo! Se armó la tremolina, volaron coronas, capas  y espadas, y bajo las capas  aparecieron los revólveres. Intervino la Policía y los tres reyes magos fueron a parar a la cárcel.

Dios le concedió a Lino vivir una larga existencia, hasta los 91 años,  en un rincón pueblerino de la señorial Girón. Allí, en la senectud, plácidamente evocaría las andanzas  caballerescas, a semejanza de los lances de la Edad Media, sus travesuras románticas  y plenas  de aventuras.

 

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