Los valores democráticos de occidente están en crisis. Para 2023 según The Economist el mundo cuenta con menos del 8% de la población en una democracia plena, mientras que casi el 40% vive bajo gobiernos autoritarios. Las dictaduras aparecen en nuestra región sin que la comunidad internacional pueda hacer nada distinto que mirarlas, y quejarse de la continua violación de los derechos humanos.
La sociedad Bolivariana de Colombia cumple 100 años y vuelve a increparnos la memoria del libertador sobre el destino de Latinoamérica. Simón Bolívar soñó con una América libre y floreciente; y tal vez, tenía razón Martí cuando anunciaba que todo lo que no hizo Bolívar en América, aún está por hacerse.
En Latinoamérica hay regímenes totalitarios: Cuba, Nicaragua y Venezuela tienen a sus poblaciones sometidas. El libertador previó la potencia de los tiranos, por eso en el Congreso de Angostura en 1819 expresó “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerlo y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía”.
América ya se había acostumbrado a la dictadura cubana, muchas veces se decía que terminaría con la muerte de Castro. La tiranía lo sobrevivió a él, al hermano y a los herederos del mal. En Latinoamérica ese ejemplo es terrible: la tiranía se puede sostener ante los ojos indiferentes de todos.
Lo de Venezuela como lo de Nicaragua fue la toma del poder por las vías democráticas -ya no la sanguinaria revolución marxista- y luego la aniquilación de las instituciones con sus límites y contrapesos.
Empieza a comentarse que en Venezuela no pasará nada. Ni la presión internacional, ni los bloqueos, ni la pobreza del 85%, ni una inflación de 66 mil por ciento, ni un desempleo del 35%, ni una asamblea nacional que fue mayoritariamente opositora, ni un expresidente interino, ni los 7,7 millones de exiliados, ni los más de 7 millones de votos por un cambio han logrado el cese de la usurpación. O al menos, no por ahora. Pero no podemos permanecer con los brazos cruzados y dejar que la democracia muera ante nuestros ojos.
El mundo si ha tenido dictaduras que han caído por votos. En 1988 en Chile se votó un plebiscito sobre si Pinochet debía continuar 8 años más de los 17 que iba estar en el poder. Los chilenos votaron NO con el 56% de los votos y Pinochet salió. Ferdinand Marcos fue presidente de Filipinas desde 1965 hasta 1986 dónde se celebraron unas votaciones que ganó con fraude. La presión internacional y las protestas confluyeron para que las Fuerzas Armadas se voltearan contra el dictador que terminó exiliado en Hawái. Uruguay tuvo la dictadura militar entre 1973 y 1985 pero tras una crisis económica y política, se restableció la democracia con la elección de Sanguinetti en 1985.
El papel de Petro respecto a Venezuela ha sido lamentable. Sus propuestas de compartir el poder con los tiranos que no solo pierden las elecciones, sino que los han puesto presos y torturado es un sinsentido total. La “negociación” y buscarle más tiempo a Maduro es ya una afrenta contra la lucha por la libertad que con tanto valor ha liderado María Corina. Levantar sanciones contra Venezuela es darle aire a la tiranía. María Corina ha sido clara que la única negociación posible es la de una transición del poder hacia el ganador Edmundo González. La presión debe aumentar hasta hacerse irreversible y sea posible pensar en negociaciones solo para que el tirano salga.
Colombia se encuentra en el puesto 65 de 167 analizados por The Economist en su índice de Democracia. Sacamos un 6,5 sobre 10, y estamos en una democracia imperfecta. Perdimos dos puestos comparados con 2022, y nos rajamos en el subíndice de cultura política. Tenemos que seguir construyendo democracia, y no deteriorarla.
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