Este mes se ha hablado mucho sobre el tema, probablemente porque el 10 de septiembre fue decretado como el día para la prevención del suicidio, un flagelo que parece apoderarse rápidamente de un mayor número de personas. En realidad, el suicidio es una condición que siempre ha existido, y tal vez debido a la facilidad con la que vuelan las noticias en esta época, nos enteramos muy pronto de semejantes desgracias. Sin embargo, dependiendo de las sociedades, las circunstancias y las religiones, quitarse la vida tiene muchas connotaciones. Por ejemplo, todos hemos escuchado relatos de la cultura japonesa, en la cual, algunos generales que perdían las batallas de la segunda guerra mundial optaban por clavarse un cuchillo en el abdomen (hara kiri), para no cargar con la pérdida del honor el resto de sus vidas. También se cuentan historias de personas que en momentos críticos se arriesgan para salvar a otros, algo que en los conflictos se conoce como “misiones suicidas”, o sin ir tan lejos, quienes se arrojan a un río embravecido para salvar a un perrito.
Pero, cuando se trata de la prevención del suicidio, no nos referimos a estas circunstancias, sino, a una dolencia donde se pierden las ganas de vivir, y la persona atraviesa un sufrimiento tan atormentador, que prefiere la muerte ante todo.
La mayoría de los suicidios, están enmarcados dentro de una enfermedad llamada DEPRESIÓN, y quienes la padecen comparten la pérdida de la capacidad de disfrutar de las cosas y un vacío emocional que les genera melancolía, con la seguridad de que esta condición nunca va a cambiar, por lo que deciden terminar pronto con este dolor moral.
Es necesario tener en cuenta que las personas no se suicidan porque les guste la muerte. No se despiertan un día pensando en que morirse sería algo agradable, lo hacen porque consideran que su vida está llena de problemas, que no tienen salida ante una serie de circunstancias negativas, se sienten mal en todo momento y nada les quita ese tormento, es cuando se asoma la idea de que con la muerte se arreglaría todo.
Tener familia es un factor ambivalente, que puede protegerles o por el contrario alentarles a abandonar este mundo. En ocasiones las personas comentan que no lo han hecho porque sus hijos quedarían solos y desamparados, pero otros pueden considerar que son una carga y que su familia estaría mejor sin ellos (sentimiento de culpa). Los casos más extremos terminan con agresiones a sus niños pequeños, con la creencia de que no deben dejarlos sufriendo en este mundo tan injusto.
Afortunadamente la religión puede impedir el suicidio en un grupo considerable de creyentes, pues atentar contra su vida todavía es considerado un pecado para los cristianos, quienes no ganarán el cielo si se “asesinan ellos mismos”, pero, pueden creerme si les digo que a medida que la depresión avanza, la fe también se va quedando atrás.
Podrán imaginarse que con todo lo que acabo de comentar, la prevención del suicidio no se trata de dar charlas sobre lo bella que es la vida, pues la depresión es una enfermedad que no acepta argumentos. Es importante identificar a las personas en riesgo y llevarlas a la consulta de salud mental, en ocasiones obligados (si su vida está en peligro), deben tomar los tratamientos indicados, contar con un familiar que no se despegue de ellos, e incluso hospitalizarlos o utilizar terapia electroconvulsiva, y estar muy pendientes cuando salen de la clínica, pues es una etapa crítica en la que pueden atentar contra su vida y lamentablemente, con éxito.