En esta época preelectoral y de posconflicto surge un tema que debe ser incorporado a las agendas de los candidatos y ojalá a la del próximo presidente que es el de la enorme brecha social que existe entre la población urbana y la rural, por ejemplo en acceso a agua potable o a servicios de salud y educación, o en salarios y oportunidades de empleo.
Esto es particularmente dramático en el caso de los jóvenes rurales, para quienes las brechas que existen entre ellos y los urbanos en acceso a servicios básicos y oportunidades no solamente son enormes sino que van en ascenso.
Esa tendencia de las brechas a ampliarse debe ser objeto de un detenido análisis y de correcciones orientadas a reversarla.
El Centro Latinoamericanos de Desarrollo Rural- RIMISP ha publicado el “Diagnóstico de la Juventud Rural en Colombia” (Abril de 2017) con base en una investigación coordinada por Renata Pardo.
Este documento muestra que se han logrado importantes reducciones de la pobreza, pero la reducción ha sido más acelerada en el sector urbano.
En 2010 la incidencia de pobreza entre jóvenes rurales era del 48% (1.4 veces la de jóvenes urbanos), cinco años más tarde fue del 39% (1.6 veces la de los urbanos).
En el caso de pobreza extrema la incidencia entre jóvenes rurales en 2015 era 16.7% (3.5 veces la de los urbanos) y en 2010 fue 23.5% (3 veces la de los urbanos).
Tanto en el caso de pobreza como en de pobreza extrema la situación de las mujeres jóvenes es peor que la de los hombres.
El porcentaje de jóvenes rurales sin acceso a servicios de agua potable y saneamiento en 2015 era 39.6% y 23.6% respectivamente.
En el caso de jóvenes urbanos estas cifras son 3% y 8.2%. Estas diferencias son escandalosas si se tiene en cuenta la incidencia que tiene el acceso a estos servicios básicos sobre las condiciones de salud de las personas.
En el caso de la educación se repite el abismo entre jóvenes urbanos, 28% de los cuales tienen acceso a educación postsecundaria, y los rurales (6% tienen acceso a ella).
Las mujeres rurales y los afrodescendientes rurales tienen marginalmente mayor acceso que los hombres a esta educación.
Estas condiciones de notoria desigualdad también se manifiestan en el acceso a servicios de salud, en educación sexual y reproductiva, en embarazos adolescentes y en mortalidad de jóvenes y adolescentes. La tasa de desempleo de los jóvenes rurales es inferior a la de los urbanos, pero las condiciones de trabajo son muy superiores en las ciudades. En el sector rural más del 50% de hombres y mujeres jóvenes trabajan por cuenta propia (en el sector urbano estos porcentajes son más de 10 puntos porcentuales más bajos). Los que tienen empleo permanente, por ejemplo en empresas particulares, son una proporción mucho mayor en el caso urbano. Lo contrario sucede con el trabajo como jornaleros. La proporción de jóvenes que no trabajan ni estudian (NINI) es mucho mayor en el campo (24.8%) que en las ciudades (18.3%) y en el caso de las mujeres del campo muy superior (44% vs. 8% para los hombres).
Mejorar la situación y la perspectiva de vida de los jóvenes rurales es una manera de ir reparando esta monumental desigualdad y debe figurar prominentemente en las agendas de gobierno. (Colprensa)