Desde que tengo uso de razón, en todas las películas de ciencia ficción donde la especie humana es atacada por un virus que vuelve zombie a la gente, o por otra enfermedad que lleva rápidamente a la muerte, el principal objetivo de los protagonistas es conseguir de manera pronta un antídoto o más bien una vacuna, que los libre de tan horrible destino. De manera que los malos atacan a los buenos tratando de evitar que ese propósito se dé, trayendo como consecuencia una serie de obstáculos que nos mantiene en suspenso durante 90 minutos. Pero al parecer una cosa es el cine y otra la realidad.
Cuando la pandemia inició, le comentaba a un amigo que probablemente la vacuna vendría más pronto de lo esperado. Sin embargo, no contaba con la aparición de un movimiento antivacunas que hiciera tanto ruido. Soy médico, y me formé en este mundo occidental donde mis profesores utilizaban la evidencia científica para enseñarme medicina, no tanto “lo que me parece o lo que yo creo”. De manera que, como debo fijar una posición que de seguro influirá en lo que escribo a continuación, manifiesto que no estoy en contra de los planes de vacunación, sino todo lo contrario. Por otro lado, también soy psiquiatra, y si bien no soy experto en infectología, microbiología o especialidades afines, se podría decir que en lo referente a la conducta de las personas, cuento con alguna experiencia.
Toda la vida han existido personas oposicionistas, es decir, que se oponen a todo. Existe un diagnóstico en psiquiatría infantil llamado “trastorno oposicionista desafiante” que puede verse en adultos y conlleva a actitudes nada colaboradoras, con acciones deliberadas de ser molesto, mezquino y rencoroso, con rabietas en la infancia que se transforman en riñas o protestas injustificadas cuando se crece. Pero por favor no me malinterpreten, no he querido afirmar que todo aquel que se opone a la vacunación presente este comportamiento.
Creo que cada quien tiene derecho a escoger lo que considere mejor para sí, siempre y cuando no afecte a los demás, así que estos discursos de “no me pueden obligar”, “no me vacuno ni me pongo tapabocas y salgo a la calle a hacer lo que quiera”, no parece ser un pensamiento muy humanista que digamos, sino más bien egoísta. El razonamiento humano no es nada sencillo.
Escuchamos líderes luchando por los derechos de los ciudadanos para hacer lo que quieran, que salen a sus fiestas,
se infectan y contagian a las personas mayores que viven en casa con ellos, muchas veces con desenlaces fatales. Un colega me comentaba, los antivacunas se vacunarían si les dijeran que llegaron las vacunas, pero para ellos no alcanzan. Eso puede ser cierto, pero claro, solo los antivacunas oposicionistas.
El hecho es que a diferencia de la película donde los zombies atacan, todavía existe una gran cantidad de personas que tienen miedo a la vacuna contra el coronavirus, y están en su justo derecho de no vacunarse, pero por favor, deben utilizar las otras medidas de protección todo el tiempo y aceptar que desafortunadamente serán excluidos o relegados con la finalidad de proteger al resto de la población, algo que también es justo para los que sí se vacunan, o es que ¿éstos no tienen derechos también?
Ya se ha explicado que las personas se complican por la forma como el organismo reacciona ante el virus, y si el sistema inmunológico ataca temprano, el daño será menor. Esa es la finalidad de la vacuna, que es el último recurso defensivo que tenemos ante este ataque zombie.