Grandes conflictos bélicos han desembocado en sólidos vínculos entre los combatientes de uno y otro lado. Se hipertrofian los sentimientos patrióticos. Salen al campo de las batallas el honor, la valentía, la defensa de la patria y no faltan por supuesto los que ni saben por qué pelean; obedecer ciegamente sin preguntar es su lema.
En nuestra sufrida patria se enfrentan muy frecuentemente el soldado y el guerrillero; muchas veces hasta son familiares; hermanos, primos, amigos de barriada. Muchos no entienden la razón por la que deben disparar para defender su propia vida y terminan matando a su propio hermano.
Las confrontaciones entre países, ideologías, alianzas, etc., producen exacerbación de sentimientos patrios. Las guerras mundiales han unido capitalistas y comunistas contra los absolutistas nazis y los imperialistas nipones. Millones de muertos; muchos sin saber por qué peleaban. Sus superiores se encargaban de adoctrinarlos en el arte de la guerra.
Las guerras en Colombia han tenido una connotación triste y desalentadora: es una guerra FRATRICIDA. Aquí no necesitamos de una potencia extranjera que nos ataque; somos suficientemente bravos para matarnos entre nosotros. Son muchos los motivos; pero el más importante y doloroso es la sempiterna ausencia del estado en grandes extensiones de la patria y que produce y abona el terreno para sembrar el odio y la anarquía. Son terrenos ideales para la subversión y su contra parte el paramilitarismo. Al campesino no le quedan sino esas dos opciones; si se sienta a esperar al estado, lo arrasan.
La falta de una identidad propia empieza por los mismos que nos gobiernan; están desprestigiados y concentrados en la rapiña del ponqué del presupuesto y la estúpida burocracia. Lo único que nos identifica y nos une es de pronto un partido de la selección de fútbol o un esforzado ciclista en el tour de Francia y los galardones de las justas olímpicas. Y pare de contar.
Hasta la religión, que nos serviría como en tiempos lejanos pero para ser motivo de odio y muerte, es prestada; nos la trajeron en las carabelas desde España; y la impusieron en nuestros aborígenes empuñando la espada y respaldados por perros asesinos y el retumbar de los cañones. Es una doctrina traída desde el otro lado del mundo; muy lejos y que no tiene nada de parecido con nuestras costumbres. Pero así fue y se quedó entre nosotros para beneficio de unos pocos avivatos enriquecidos y entronizados muy de la mano de quienes tienen en sus manos la administración de un país con gente buena pero ingenua y con recursos naturales para beneficio de muy pocos.