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La estrategia disuasoria contra el segundo frente
Ante los violentos, las palomitas de paz sólo son rehenes.
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Sábado, 21 de Septiembre de 2019

En los últimos años hemos observado cómo ha funcionado la política de pacificación en Colombia, con el trasfondo de una profunda ideologización izquierdista que permeó el poder judicial. La pacificación es una política que se ha usado para tratar a un enemigo beligerante, evitando a toda costa enfrentarnos a él, “cediéndole” algo nuestro, esperando que con eso se calme. Pero siempre que se ha optado por esa política, el resultado ha sido un escenario de conflicto más agresivo que el que se quiso evitar. 

En 1938, el entonces primer ministro británico Neville Chamberlain dijo emocionado ante la Cámara de los Comunes, qué en el Pacto de Múnich, recién firmado, él y su colega francés habían garantizado la Paz en Europa por al menos veinte años. El Pacto de Múnich, se dio cuando Chamberlain por intersección de su nuevo mejor amigo, el fascista Mussolini, socio de su enemigo Hitler, instó al Führer a recibirlos en Múnich e imponerles condiciones de vencedor, lo que siempre sucede con el agresor. Y así sucedió, Chamberlain y Daladier le “regalaron” parte de Checoslovaquia a Hitler, y se hicieron los de la vista gorda cuando se la tomó toda, para no afectar la “Paz”, esperando que con eso Hitler dejará su amenaza de guerra, lo cual prometió sin ninguna vergüenza, aun cuando sus generales ya preparaban el ataque a Polonia. Los parlamentarios, los medios de comunicación, y las cortes, británicas y francesas, aplaudieron a rabiar esa política de pacificación, y llamaron a los que se oponían, “guerreristas”. Solo una voz, la del líder de la oposición Winston Churchill se levantó y dijo premonitoriamente: “Primer ministro, lo que Usted hizo no fue garantizar la Paz en Europa, sino que una guerra que habría durado seis meses, por su acción, ahora va a durar seis años”. Y concluyó con la frase lapidaria: “Les dieron a elegir entre el deshonor y la guerra … eligieron el deshonor, y ahora tendrán la guerra”. Y Chamberlain ganó el premio Nobel de Paz en 1939, “por lograr la paz en Europa”, días antes del ataque de Alemania a Polonia, que dio dando inició a la Segunda Guerra Mundial y que destrozo a Europa. Hoy a Chamberlain la historia no lo reconoce como pacifista, sino como el cobarde que arriesgó a su país, por miedo o incapacidad. 

Si ese relato se le hace parecido a algo reciente, es porque lo es. En el lugar de Hitler pongan las farc (que eran un problema interno colombiano en el “fin del fin”), cambie Mussolini por el trio Chávez-Fidel- Maduro, quienes intercedieron ante las farc para que pactará con el Chamberlain nuestro, Juan Manuel Santos, a quien su egolatría y falta de escrúpulos lo llevaban a buscar un Nobel de Paz ante una Academia Noruega que da premio por la búsqueda de Paz a cualquier costo; y las farc, a lo Hitler, exigieron y obtuvieron total impunidad. Lo grave de esto no es, proporciones guardadas, lo anecdótico del parecido de ambos eventos, sino los graves resultados. Las farc que eran un grupo narco acorralado, un problema interno, ahora es una amenaza de guerra externa con la injerencia de actores geopolíticos, que la convierte en la amenaza más grave de Colombia en su historia, crítica además por tantos quintacolumnistas en el interior de Colombia, quienes, usando el caballito de Troya de la Paz, intentarán lograr que el modelo venezolano se imponga en el país, o sino, preferirán que el país se destruya. Y la razón por la que la política de apaciguamiento no funciona, es que los agresivos solo entienden el idioma de la fuerza, y siempre han encontrado respaldo ideológico justificativo, bien sea que venga de los beneficiarios de esa política, o de idiotas útiles, pagos o no. 

“Estar preparado para la guerra es uno de los medios más efectivos para preservar la paz”, dijo George Washington. Ante los violentos, las palomitas de paz sólo son rehenes, y dado que Cuba (país “garante” para que Colombia llegué al socialismo) internacionalizó el riesgo Venezuela, se acabó el tiempo de las tibiezas; hay que tomar posiciones. Contra estos enemigos beligerantes, la única respuesta válida es la amenaza del uso de la fuerza. En asuntos transnacionales, la disuasión, que consiste en que la contraparte observe en su enemigo la disposición a luchar y a contar con todos los recursos para esa lucha, es la opción. Para lograrlo se requiere, en primer lugar, un país esencialmente unido en ese objetivo de defensa, para lo cual es preciso neutralizar los quintacolumnistas internos. Colombia hoy enfrenta su mayor riesgo, cuando la amenaza externa venezolana se unió con la amenaza interna narcoguerrillera, y el país es vulnerable a esta amenaza, ya que cuenta con un sector judicial que “desarmó” a las fuerzas militares de su carácter ofensivo, y las amarró a una maraña judicial donde cualquier acto de fuerza puede ser considerado delictuoso, y con una serie de “quintacolumnistas” enquistados en el poder político, en los medios de comunicación, en los sectores educativos y en entes estatales.

¿Será el presidente Duque capaz de entenderlo, o seguirá jugando al demócrata centrista que quiere acabar con la “polarización”? ¿O tendrá la capacidad de entender que Colombia vive su hora más delicada y enfrentar los enemigos internos y externos? Cuando Churchill se vio acorralado en los órganos estatales por los “pacificadores”, recurrió al pueblo para encontrar el apoyo que necesitaba. Pelear una guerra en dos frentes, siempre es un riesgo graveo. Por eso no se puede titubear, ni jugar con las reglas del enemigo, interno o externo, que es lo que quieren nuestros “luchadores por la paz cubana”. 

Sigo sosteniendo que hay que colocar una división de ejército, una base aérea y una brigada de infantería de marina en Cúcuta, de tal manera que las aventuras de la fuerza armada nacional bolivariana se disuadan. Y hay que construir las carreteras, marginal del Catatumbo y marginal del Sarare, que corresponderían a una paralela fronteriza logística de importancia clave en la lucha contra el crimen organizado que reside en el estado mafioso de Venezuela, y permitiría la llegada de algo de desarrollo a esas regiones tan lejanas para el aldeanismo centralista. Lo trágico es que nuestros burócratas de la tecnocracia “exigen” que estas inversiones de seguridad nacional, sean “financieramente viables”. Con tanto en contra, variando desde la ideologización hasta le ineptitud, el escenario de vientos de guerra es muy preocupante.   

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