Los escándalos políticos acaban de recibir una inyección que puso los pelos de punta al gobierno y sobre todo, a la parlanchina vicepresidente, que parecía estar a salvo de las malas lenguas pero que como ha ocurrido a muchos, ocultaba un secreto vergonzoso que hubiera podido acabar con carrera política que incluye ministerios, embajadas y el segundo cargo de la burocracia, nada menos que la vicepresidencia, el último escalón para llegar al poder.
Acuciosos periodistas investigativos, que no descansan ni en las épocas de la pandemia, descubrieron y revelaron a los medios de comunicación, valdría decir a los chismosos, que el hermano menor de la vicepresidente Marta Lucía Ramírez, de nombre Bernardo, había estado detenido en los Estados Unidos, nada menos que por narcotráfico, y había sido condenado a varios años de prisión en alguna cárcel gringa, por haber convencido a alguien desconocido para que sirviera de mula en algún alijo de cocaína. Inmenso pecado que no conocía el país, acostumbrado a que todos los días se conocen los nombres de personas vinculadas s la justicia penal.
De inmediato aparecieron defensores de oficio de la funcionaria y enemigos políticos que querían pescar en río revuelto. Unos defendieron a la dama mientras que otros, más audaces, pudieron su renuncia por el pecado de no haber contado a la opinión pública que tenía un secreto vergonzoso. La doble moral surgió entre algunos periodistas: mientras atacaban a la funcionaria, al mismo tiempo la justificaban. Era la doble moral que me hizo recordar anécdota del expresidente Laureano Gómez, quien dijo en debate en el Congreso, respondiéndole a un contradictor, que todos tenemos algo que ocultar.
De estos casos está llena la historia patria: en todos los gobiernos hay secretos que son guardados celosamente pero que al aparecer originan un terremoto. Recuerdo al respecto el debate de Nacho Vives contra Enrique Peñalosa, que casi tumba a Carlos Lleras. Y el debate sobre el ingreso de dinero a la campaña de Ernesto Samper. Escándalos es lo que ha habido y yo le daría un consejo a los políticos: cuenten los secretos antes de que los divulguen los periodistas. Es mejor y se evitan dolores de cabeza. GPT