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La dignidad racial…
Ológrafo
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Lunes, 6 de Octubre de 2025

La raza nació con la hidalguía en la sangre y la memoria en los rostros, con el eco nómada de las generaciones anunciando, en latitudes o meridianos, el don de su presencia biológica y -en paralelo- su espiritualidad.

El mundo se fue ajustando lentamente, como un rompecabezas, cuando el hombre comenzó a andar, a recoger sus fragmentos dispersos, sembrarlos -como huellas del tiempo- y plasmarlos en la geografía.

Las lenguas, la piel, los espacios, la lejanía colosal y las distancias, tanto insulares como continentales, el mar, el viento, todo, hizo vitales los marcos temporales y demográficos de la evolución humana.

Las razas son la validez de los argumentos históricos, teológicos y sociológicos para dignificar la persona con justicia, para olvidar los dolorosos atropellos, como el de que los negros, o los indígenas, no tenían alma.

Ahora, cada sociedad se siente común a sus vecinos, unos cercanos, otros remotos, y sabe que debe hallar un consenso para mejorar la calidad de vida, de todos y dar al peso racial la consistencia de una mayor tolerancia. 

El humanismo consiste en ennoblecer los rasgos y jerarquías de cada raza y sublimar su unidad cultural sin diferencias de cualquier índole, respetando la pluralidad, pero manteniendo su origen noble.

Las razas son el espejo de los viajes, de la geohistoria, de la infancia de su pasado o de la profecía del futuro, para compartir los valores milenarios de las civilizaciones extendidas -horizontal, o verticalmente- por la tierra.


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