La campaña de Trump se sentía segura hace un mes. El atentado en su contra, cometido en Pensilvania el 13 de julio, despertó solidaridad e incrementó sus posibilidades de victoria. Un diario español describió con acierto sus consecuencias: “La bala iba dirigida a Trump, pero terminó liquidando a Biden”.

Fue tal el impacto que varios líderes demócratas cerraron filas para presionar la renuncia de Biden a su candidatura, recordando la incongruencia del presidente en un reciente debate televisivo con Trump, y algunos lapsus, lo cual generaba incertidumbre.

Todo cambió cuando Biden anunció que retiraba su aspiración a la reelección, y que respaldaba a su vicepresidente, Kamala Harris. En menos de 24 horas, ella recibió donaciones por 100 millones de dólares, y el apoyo de la mayoría de la dirigencia demócrata. Muy seguramente será la nominada a la presidencia de los Estados Unidos por el partido demócrata en la convención que se llevará a cabo en Chicago entre el 19 y 22 de agosto.

De ganar la presidencia, Kamala Harris sería la primera mujer en llegar a ese cargo en 235 años de historia presidencial estadounidense; además, su mezcla étnica afro-hindú, representaría algo novedoso, demostrando que una persona hija de inmigrantes puede abrazar el más alto cargo en los Estados Unidos.

A los pueblos les gustan los líderes fuertes. Y eso parece entenderlo Trump, cuyo carácter, arrogancia y despotismo le ayudan. Por eso, insulta a los inmigrantes, en especial a los latinos, a quienes generaliza como criminales, y amenaza con deportaciones masivas, separación de familias y terminación del muro en la frontera con Méjico; en la misma línea, ofende a los musulmanes, señalándoles de terroristas; a la China, la confronta comercial y militarmente, a los europeos los inquieta por su desconocimiento climático, el desprecio a la OTAN, y el anuncio de algunas medidas mercantiles.

Y así, sin que importe que sea un autoritario y antidemócrata que pisoteó las instituciones e instigó la toma violenta del Capitolio en enero de 2020, que está convicto por diversos delitos en Nueva York, incluido uno pornográfico, así, detrás corren, sin mayor análisis, 70 millones de norteamericanos para apoyarlo. Es el reflejo de una sociedad cuya escala de valores ha sido parcialmente carcomida por los desvalores.

¿Quién es Kamala Harris? De padre jamaicano y madre hindú, Kamala nació en Oakland, California, en 1964. Estudió derecho, y comenzó su carrera pública como fiscal del condado de Alameda, pasando al cargo de fiscal de la ciudad de San Francisco en 2003, y siete años después al de fiscal general del estado de California. En 2016 fue elegida al Senado de los Estados Unidos, convirtiéndose en la segunda mujer negra en llegar a dicha institución. El mundo la conoció después de escogida como fórmula vicepresidencial de Joe Biden, a quien ha acompañado desde 2020.

Quien siga las ejecutorias de Kamala Harris concluye que es una mujer de posiciones, que enfrenta los problemas y presenta soluciones. Como fiscal, en los distintos niveles, confrontó sin temor al sistema financiero, a las compañías de internet, como Google, Apple y Microsoft, y a las multinacionales que vulneraban el medio ambiente; mejoró el sistema de salud y disminuyó los costos de vivienda; redujo el homicidio, e impulsó el control de armas, estableciendo restricciones.

Del mismo modo, desde el Senado ejerció un firme control político a Trump, oponiéndose, entre otras, a la orden ejecutiva que prohibió la entrada de musulmanes al país, y condenando la separación de padres e hijos en la frontera. Sus posiciones le dieron amplio reconocimiento federal.

Por su parte, su actual compañero de fórmula, Tim Walz, fue profesor de sociales y entrenador de fútbol en un colegio, militante del ejército, representante a la Cámara, y gobernador de Minnesota. La revisión de sus ejecutorias lo muestran como un progresista con vocación social.

En un mes cambió el panorama político de los Estados Unidos. A escasos 87 días de las elecciones presidenciales, la fórmula Harris-Walz parece la ganadora.

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