Lo que está pasando entre España y Cataluña se veía venir sin que alguien interviniera para evitarlo. Dos gobiernos intransigentes se hicieron fieros hasta que se quedaron sin opciones el uno valiéndose de resistencia civil y el otro de fuerza bruta. Continúan en eso sin que se perciba el menor indicio de que tratarán de encontrar una solución. La comunidad mundial se lamenta en voz alta como el coro en una tragedia griega.
Cataluña puede estar a punto de perder sus principales empresas, el 30 por ciento de su PIB y la armonía social porque los que no votaron no están convencidos de que la separación es lo que más conviene. El ingreso a la comunidad europea no sería automático ni inmediato. Y España sacrificaría una de sus más prósperas regiones. Perdería cara, tamaño económico e influencia política en la unión europea. La intransigencia ha dividido a un país en el que las dos partes habían sido socios de una transformación económica y social sin precedentes.
El auge de Cataluña en este período fue quizás mayor que el de España y posiblemente esta situación de crisis e inminente desmembramiento ha sido engendrada por el éxito y el atractivo de Barcelona y la región que han sido un imán que atrae a gente de todas partes. En consecuencia, los catalanes se sienten más parte del mundo que de España. Pero este verano ya hasta del mundo se estaban cansando.
La avalancha de extranjeros ha contribuido significativamente a su prosperidad pero hizo subir los arriendos y el costo de vida. Ha vuelto intransitables las calles estrechas. En la Barceloneta había carteles que decían “Tourists GO HOME” al lado de los que proclamaban que “Catalonia is not Spain”. Cataluña quería separarse de España y del mundo.
Es posible que todavía sean capaces de detener la inercia que los llevaría irremediablemente a una situación en la que los dos pierden pero ya han causado un daño irreparable. Los kurdos en Irak se han puesto en una posición aún menos promisoria después de haber votado abrumadoramente a favor de la independencia sin haber negociado antes con el gobierno de Irak. Los británicos están medio atorados en la puerta de salida de la unión europea sin saber bien qué camino tomar. Trump es un capítulo aparte y Venezuela es otro.
La intransigencia no parece ser una fórmula de éxito en política internacional. Les quita a los países su capacidad de maniobrar. En política tampoco es la fórmula que genera resultados sostenibles. El Laureano intransigente de los años cuarenta fue depuesto en los 50s por un golpe militar y finalmente tuvo que aceptar un compromiso. Este hizo posible una breve paz que se echó a perder, lo que dio lugar a otras intransigencias.
Una de ellas, las FARC, han depuesto las armas y están esperando a que les abran un espacio en la sociedad después de firmar con el gobierno un acuerdo de paz que con todos sus defectos es “la mejor idea que ha tenido el país en décadas”, como dice un lector. El ELN, más recalcitrante, está dando pasitos en la misma dirección. Pero hay intransigencias que se oponen al desarrollo de esta mejor idea empeñadas a toda costa en dejar al país sin opciones. En todas partes hace falta lo que piden multitudes en Madrid y en Barcelona: “Hablemos/Parlem”.