El primer perro que conocí era un setter o algo así. Un perro sabueso al que nunca vi faenar en las cacerías de papá y sus colegas, por allá en los años 70, que, por decirlo de alguna manera, era una caza responsable.
Tengo una vaga imagen real de Ronco, que se confunde más con lo que escuché que por lo que vi. Para ser preciso, ese recuerdo se remonta a las fotos de familia, aunque él no pertenecía como pertenecen ahora los canes a las familias. "Perdón, di peludito". Era un perro que trabajaba en lo que sabía y recibía su recompensa.
Y cuando no trabajaba se comía los zapatos de mi mamá, mordisqueaba los trompos de sus hijos, bajaba las sábanas de las cuerdas y se comía un galón de mazamorra con hueso al día. Y bueno, supongo que la señora de la casa soltaría el: o el perro o yo.
Resultado, extradición a un campo lejano y caliente, donde aguardaría, en semi libertad, a su amo para las próximas capturas. Al cabo del tiempo, de aquellos parajes tórridos llegó la noticia de que Ronco había muerto. Y supongo, fue enterrado en algún rincón de aquella finca. “Uich, ¿no tienen las cenizas en casa?”
Otros perros que sí vi eran los que vagaban por la casa de mercado de Pamplona, una edificación que fue convento, colegio, cuartel y cárcel. (Lo de cárcel es por las tres anteriores).
Entrabas al mercado, una suerte de laberinto con múltiples salidas y entradas por donde iban orondos perros criollos, llamados gozques, husmeando por los rincones, encajando escobazos o insultos, buscando mendrugos, recibiendo un trozo de pan duro de cualquier dueña de puesto, en una libertad deliciosa y no exenta de riesgos.
"Ñoñi, te he dicho mil veces que no comas cosas de la calle". O los veía en gavilla (lo comprobé hace unos días) por las calles detrás de una hembra en celo y -a veces- observaba cómo los amantes quedaban enganchados como dos vagones de tren en sentido contrario.
Perros y perras orinando esquinas, peleándose con otros, mordiendo a alguien en respuesta a una agresión o porque portaban la rabia. Perros y perras en libertad, aceptando la aventura de la vida con todo lo que ella pone y quita. Seres sin cuenco para el agua y sin comida en balance, sin chip ni collar, ni guardería; canis lupus fmiliaris sin ley, andariegos y durmiendo quiensabedónde. "Ven Gordis, acuéstate con mamá".
Pero esto es el pasado. Y lo pasado, futuro ya fue. Hoy, se calcula que en el mundo hay cerca de 250 millones de perros-mascota y 750 millones en total, lo que nos dice que hay un 75% de canes errantes.
Y digo mascotas o animales de compañía, para no decir semihijos o parejas de hecho. Muchos de ellos encerrados todo el día esperando a sus amos y amas para mitigar sus carencias (las humanas) y anhelando ser tratados -o no- como un animal que siente, necesita, da y no quiere escuchar decir: "querida, es que sólo le falta hablar".
También hay que decir, que estos animales también son la única compañía de gente mayor y que ahora -en España, por ejemplo- está prohibido dejarlos atados a las puertas del supermercado o la panadería, bajo amenaza legal de ser acusados de abandono, cuando el abandonado suele ser el mismo propietario.
Pípol, la humanización de los animales está aquí. Me pregunto si en un tiempo estos seres nos mirarán como tontos, nos tratarán como a bebés, creerán que somos perritos. ¿Habrá perrerías human friendly? ¡Guau! ¡Arf! ¡Grrrrrrr!
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en http://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion