Ayer fui invitado a conversar con más de 800 jóvenes de la ciudadela de Juan Atalaya de las comunas 6, 7 y 8 de nuestra Perla del Norte en el Colegio José Peralta. La honrosa invitación la realizó una importante organización de educación que ejecuta proyectos en nuestra capital denominada Cooperativa Especializada de Educación del Barrio Atalaya Cúcuta (Coopebacuc) para reflexionar con los muchachos la importancia de construir su futuro mediato y de largo plazo.
Entre preguntas y motivaciones podemos concluir varios aspectos; en primer lugar, reconocer que Colombia, a pesar de transformar significativamente su sistema de educación durante las últimas dos décadas, enfrenta dos desafíos críticos: los altos niveles de desigualdad desde los primeros años de educación y un bajo nivel de calidad en el sistema educativo. Sumado a esto, los estudiantes manifestaron en el encuentro al que acudí que, en el diario quehacer, cada uno vive su propio camino de dificultades.
De las que más mencionaron fueron: problemas de atención, trastornos emocionales (depresión, ansiedad), aburrimiento, pérdida de la motivación y fatiga (desnutrición, falta de sueño, esfuerzo excesivo) y problemas de memoria, que en la mayoría de los casos pasan desapercibidos por los educadores y facilitadores del proceso.
Ahora bien, un comentario frecuente fue: “Para qué ser profesional si no se va a ganar el dinero suficiente para vivir”, a lo que le acompañaba la aseveración de que existen otros caminos más fáciles para ganarse la vida, incluso, con una muy elevada preocupación de lo cercano que están nuestros jóvenes a la ilegalidad. Los modelos a seguir de nuestros estudiantes están recreados por las redes sociales y no por la literatura, ni mucho menos por las biografías de hombres y mujeres que transforman o transformaron realidades, el camino fácil es mejor.
Cuando veía el rostro de los jóvenes al tomar la palabra los acompañaba el ímpetu de la sagacidad juvenil pero también la enorme preocupación y desesperanza de poder salir adelante en medio de tantas adversidades, sobre todo pensando en el camino a la universidad.
Cada año, miles de bachilleres en el país sueñan con ingresar a la Educación Superior, pero se encuentran con obstáculos que les impiden hacerlo realidad.
A los del encuentro, cuando les pregunté qué les causaba temor o cuáles creían que podrían ser los factores determinantes que no les permitían soñar en ser universitarios, manifestaron, entre otros, la falta de recursos económicos, montos elevados en las matrículas, desigualdades sociales, barreras geográficas, falta de orientación, apoyo y respaldo familiar, desilusión por los salarios de la posible profesión, altas tasas de desempleo, preferir trabajar que estudiar, creencia de que será muy difícil emplearse en lo que le gusta, la brecha digital, los caminos de la ilegalidad que producen violencia y las decisiones equívocas.
En ese momento, más que dar palabras vacías o discursos motivantes, había que responder con claridad y sin hacer un imaginario inalcanzable de lo posible e importante que cada uno de ellos pueda organizar como un proyecto de vida orgánico, transversal y medible. Entonces les narré historias exitosas de personas que, incluso en condiciones muy adversas, lograron salir al otro lado de la meta.
Luego del conversatorio vino el receso. Mientras compartíamos el refrigerio, muchos de ellos se me acercaban para seguir tratando de solucionar sus dudas y buscaban algo que finalmente los animara. Me sentí muy preocupado, pero, sobre todo, comprometido con nuestras generaciones venideras. ¡Hay mucho por hacer!