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Gaspar, don Balta y Melchor
El 6 de enero se celebra el Día de Reyes.
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Jueves, 6 de Enero de 2022

Al alcalde de un municipio lejano le dio por hacer un concurso de coplas para el Día de Reyes. En ese tiempo, el 6 de enero se celebraba el 6 de enero. A las 10:00 de la mañana llegaría al pueblo la caravana de los reyes y demás disfrazados, y a esa hora  se leería el veredicto del jurado calificador,  con lo cual se daba inicio a la rumba de Reyes, última de  los jolgorios decembrinos y de Año Nuevo.

Por no sé qué carajos, a mí me designaron jurado de aquel concurso junto a una maestra de escuela y al visitador de la Caja agraria de la región. Con mucho orgullo y mucho honor acepté el cargo –ad honorem por supuesto- y me dispuse a prepararme para dar un fallo justo, equitativo y saludable.

Lo primero que hice fue investigar un poco sobre los tales Reyes, de los cuales yo sólo sabía que eran reyes, que eran magos, que venían de Oriente y que eran tres. Habían llegado, además, un 6 de enero, en camellos, con sus regalos de oro, incienso y mirra.

Pues bien. Acudí a los evangelios apócrifos, que no están en la biblia. No sé qué tan ciertos serán y qué tánta validez tendrán, pero mucha gente los consulta. Allí me llevé varias sorpresas: Que los reyes no eran tres sino nueve. Que de reyes no tenían ni la corona. Que no eran magos sino aficionados a la astrología, medio corridos de la teja, que andaban a la caza de fenómenos del espacio. Y que ni siquiera tenían pinta de sabios.    

Parece ser que aquellos trasnochadores vieron  en el cielo, por aquellas noches, una estrella nueva y brillante, que les hacía coquitos como diciéndoles “Vengan, síganme”, igualito a ciertas muchachas que con hermosa sonrisa le dicen  uno: “Aquí toy , venga pa’ que vea”.

Aquellos manes siguieron la estrella por desiertos, montañas y desfiladeros, y el astro los llevó a una pesebrera de Belén, donde se encontraba nadie más y nadie menos que Dios hecho niño. Un culicagao, pero divino el carajito. 

A los tales reyes  les rendirían homenaje en aquel pueblo con coplas o ensaladillas campesinas, que los participantes debían enviar antes de la fiesta a la alcaldía y que nosotros leeríamos previamente, para calificar la calidad de los versos. El 5 por la noche nos reunimos los integrantes del jurado en un salón de la escuela, a puerta cerrada, a revisar los trabajos presentados.

El cantador de Ginebra decía:

Gaspar, don Balta y Melchor/ eran sabios y dotores/

pero llegaron cansados/ por ser tan camelladores/.

Por ser tan cameladores/ los tres llegaron cansados/

A entregarle al Niño Dios/ el oro, incienso y la mirra.

 A mí se me vino el alma a los pies al leer semejante “poema”. Y por ese estilo eran los demás. De pronto golpearon a la puerta. Era un diablo. De rojo, con cachos, cola y una máscara infernal. Un diablo borracho. No tuvimos tiempo ni de asustarnos porque de una nos fue diciendo: “Yo soy mañana el diablo de la comparsa y vengo a decirles que el ganador del concurso de poesía debe ser Juan Peluches porque de lo contrario ustedes se la verán conmigo”. Y se fue tambaleando.

Buscamos la copla de Juan Peluches: 

Gasparcito trajo el oro/ Baltasarcito el incienso/

Melchoricito la mirra/ y los ángeles el Gloria.

Al otro día, mientras la comparsa entraba al pueblo por el camino real, los jurados huíamos por una trocha, al estilo venezolano. ¿Quién no le teme al diablo y a la mala poesía?

gusgomar@hotmail.com

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