El escándalo que algunos pretendieron armar esta semana con el viaje de la vicepresidenta Francia Márquez a África confirma dos rasgos negativos de ciertos sectores de la sociedad colombiana: el provincianismo y el racismo. Más allá del equivocado manejo del gobierno de la información sobre la gira, las críticas en redes y medios de comunicación demuestran una profunda ignorancia sobre lo que sucede en un continente que en las primeras décadas de este siglo avanza de manera significativa en lo político, económico y social. Hemos estado de espaldas a esa realidad, perdiendo grandes oportunidades.
En Colombia, por alguna inexplicable razón, nos acostumbramos a criticar por principio a cualquier presidente cuando sale al exterior. Y siempre, con un populismo simplista y ramplón, la oposición del momento automáticamente cuestiona los viajes presidenciales sin ningún análisis, con el pobre argumento de los costos en que se incurre y la afirmación de que esos recursos se podrían invertir en los pobres. El provincianismo de nuestra política exterior llegó al extremo hace unas décadas de cerrar embajadas tan importantes como la de Grecia, en momentos en que además ese país presidía la Unión Europea. Desde hace casi 40 años Virgilio Barco lideró la apertura hacia el pacífico como la zona del mundo con mayor potencial de crecimiento, y tampoco tuvimos un esfuerzo sostenido en ese frente. Se nos adelantaron México, Chile o Perú. Después en el gobierno de Samper, con la presidencia del Grupo de Los No Alineados, se intentó ejercer un liderazgo importante hacia las economías emergentes y las críticas llovieron cu
ando se organizó en Cartagena la Cumbre de ese grupo y con ocasión del viaje del jefe de estado a algunos de sus países miembros. Cada esfuerzo de apertura y diversificación siempre es atacado.
Somos un país provinciano y nos cuesta conocer y comprender el mundo. Peor aún, en ciertos sectores de nuestra clase dirigente se padece un complejo de superioridad, nos creemos mejores que nuestros vecinos y miramos a continentes como Asia y África con indiferencia, cuando no con desdén. Esa absurda actitud es la que surge de nuevo con este viaje, con total desconocimiento de lo que hoy significa África. Un continente que ha superado muchos de sus conflictos armados; en el que más de 400 millones de sus habitantes han salido de la pobreza; con una economía que se cuantifica en trillones de dólares y la creación de la zona de integración con mayor número de países. Es acertada la decisión estratégica de abrirnos hacia África y visitar Suráfrica, Kenia y Etiopía. Lo importante ahora no es discutir sobre el número de personas que viajaron y los costos, sino dejar sentadas las bases de una relación que sea sostenible y duradera en el tiempo. Que la apertura a África se convierta en una política de estado y no se quede en las buenas intenciones de un gobierno en el que la Vicepresidenta era una mujer afro.
Y el racismo también sale a flor de piel cuando se trata de la vicepresidente. Es cierto que ella está obligada, como cualquier otro funcionario del Estado, a brindar explicaciones de sus actuaciones y rendir cuentas a la ciudadanía. Y en muchas ocasiones se equivoca con sus actitudes y declaraciones. Pero también es cierto que los cuestionamientos exagerados y los comentarios crueles de algunos en redes y medios, confirman que aún somos un país racista y excluyente. Francia Márquez en estos 9 meses ha demostrado inexperiencia en asuntos del gobierno e improvisación. Su liderazgo social no ha logrado traducirse todavía en acciones concretas de transformación en los territorios. No se ve cómoda en sus funciones, como ha sucedido con casi todos sus predecesores. Hay entonces razones para criticar su gestión. La única absurda, sin pies ni cabeza, es su empeño en fortalecer las relaciones con un continente que tiene un enorme potencial y del que no podemos continuar desconectados. China, Turquía o la India cada día aumentan su presencia en África. Por algo será.