La última semana estuve revisando postulaciones de profesionales que se presentaron al programa Fulbright buscando becas de posgrado en los Estados Unidos para la cohorte 2025. Cada año, miles de colombianas y colombianos aplican a los diversos programas de la Comisión Fulbright Colombia. Participar en este programa creado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos no solo representa un reconocimiento a la excelencia, sino también una puerta abierta a un mundo de posibilidades que de otro modo podría estar fuera del alcance de la mayoría de nosotros.
En la última convocatoria, cohorte 2024, fueron seleccionados dos cucuteños que próximamente viajarán a realizar cursos preacadémicos de inmersión cultural antes de iniciar sus estudios doctorales en el otoño. Y al finalizar, estos profesionales de derecho y ciencia política regresarán a la región para fortalecer la academia y aplicar sus conocimientos adquiridos en construcción de paz y seguridad ciudadana.
Como decía, en mi calidad de becario, tuve el privilegio de hacer algunas evaluaciones académicas para la Comisión Fulbright Colombia en el ámbito de la ciencia política y las relaciones internacionales. Fue una experiencia desafiante porque este proceso implica una profunda introspección para reconocer y mitigar cualquier sesgo inconsciente que pueda afectar la equidad de las decisiones. Cada aplicación representa no solo un expediente, sino un sueño y una esperanza de un futuro mejor para un profesional, para su familia y para el país.
Además, evaluar la necesidad y el mérito de los aspirantes a una beca en un país marcado por la violencia implica valorar la diversidad y reconocer las desigualdades históricas y las dificultades particulares que han enfrentado los jóvenes de las regiones más afectadas. Por ejemplo, los candidatos con logros académicos destacados o que estudiaron en las mejores universidades del país pueden parecer los más obvios para recibir la beca. Los ensayos académicos que revisé, provenientes de candidatos egresados de universidades como la Nacional o Los Andes, estaban mejor fundamentados o proponían temas de investigación más sólidos. Sin embargo, es crucial recordar que muchos otros, aunque no tengan las mismas credenciales, poseen un gran potencial y una necesidad imperiosa de apoyo. Esta dicotomía entre premiar la excelencia y fomentar la equidad plantea un dilema ético constante para los evaluadores.
Otro punto álgido, en que se aprecia la desigualdad de nuestro país, son las cartas de recomendación. Aquellos candidatos con recomendantes de otros países o que conocen la academia estadounidense entregan cartas de recomendación tan sólidas que incluso pueden suplir falencias en otros ámbitos de la aplicación. Por el contrario, quienes no están familiarizados con este tipo de cartas a menudo no logran describir adecuadamente los méritos y cualidades de la candidata o candidato, lo que redunda negativamente en la evaluación.
La decisión final, aunque tomada con el mayor cuidado, deja una sensación de incertidumbre sobre si se ha hecho lo correcto, ya que cada beca otorgada es una oportunidad que se niega a otro aspirante igualmente merecedor. Afortunadamente, la evaluación académica es solo un paso dentro de un proceso de selección muy riguroso donde la Comisión Fulbright Colombia se esfuerza por apoyar a los mejores candidatos que demuestren no solo excelencia académica, sino un corazón comprometido con la paz y el desarrollo de nuestro país.
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