La incertidumbre generada desde el pasado 2 de octubre con los resultados a favor del No en el plebiscito para refrendar el acuerdo logrado para el fin del conflicto con la guerrilla de la Farc, lanzó una voz de alerta al colectivo y las manifestaciones ciudadanas no han cesado clamando por un pronto consenso.
Todos los colombianos ansiamos que así ocurra; por el bien de la patria que tendría un factor de violencia menos por el cual preocuparse en este largo camino para construcción de la paz.
Y en esta construcción hay dos actores esenciales: La familia y la escuela. Allí es donde se teje el verdadero sentido de la vida dentro de los valores del respeto, la tolerancia, la solidaridad, la empatía, la colaboración, el amor como principios rectores de una sociedad que debe crecer con el espíritu de la paz.
En cambios de comportamientos, borrar la maldad, el resentimiento en los corazones radica la paz. Porque antes de la entrega física de la armas, hay que desarmar la palabra y nuestros actos cotidianos.
Tanto en casa como en la escuela los niños tienen modelos a seguir. En familia, los padres deben ser amorosos, muy discretos en la solución de conflictos para que no afecten a los hijos y los niños recibir orientación, educación con mucho amor pero con disciplina, con normas.
En la escuela, el ambiente de aula debe ser un espacio de reconciliación ante las pequeñas diferencias y prestarse a reflexiones a nivel grupal para ser tomados como ejemplos.
Familia y educación, dos pilares fundamentales que deben cumplir su papel a cabalidad si anhelamos tener un futuro con mejores ciudadanos.
Pero estas dos acciones de formación deben estar respaldadas por un estado que no vaya en contraposición. Un estado donde sus dirigentes sean prototipos de valores y los apliquen con justicia en el mejoramiento de condiciones de vida de todos los civiles.
De lo contrario, lo que logra familia y escuela irá al traste. La inconformidad, ante la inequidad, la falta de oportunidades para el empleo, la falta de adecuados sistemas de salud, educación, vías, la corrupción galopante y donde la justicia en muchos casos es laxa termina por endurecer los corazones y rebelarse en contra de toda esa maquinaria que no brinda oportunidades a los más desprotegidos.
Y allí surge la violencia, que puede expresarse mediante el pensamiento de los intelectuales o por las vías de los hechos y se lucha por el cambio hacia un mejor mañana. Sin embargo, de pronto esos ideales pierden su ruta y degeneran en barbarie como le ha sucedido a Colombia. Y mientras tanto, los ciudadanos del común persisten en su trabajo diario por obtener la supervivencia con dignidad en una sociedad que ha magnificado al dios Dinero.