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Érase una vez la danza…
Ológrafo
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Lunes, 13 de Octubre de 2025

En la punta de los bailarines nace una sincronía mágica, una ruta de la fantasía para anunciar el despertar de una crisálida embrionada en los sentidos, que quiere girar en el aire y sostenerse en instantes espirituales.

La danza nos enseña a pensar con el cuerpo, a sentir con la mente, a crear con el alma, a aquilatar los sentimientos con el don del arte, como una ilusión proverbial de la inteligencia para guiar el ingenio.

Es un bello ideal, no sólo para quienes la ejercitan, sino para quienes admiramos los principios esenciales de la belleza, especialmente en la elegancia del ballet, que sublima la música con precisión y creatividad.

Es una maravillosa multiplicidad de estética y simetría, una venerable combinación de espacios, y tiempos, para dejar fluir la bondad de la mente, trasmitirla a los sentidos y, juntos, celebrar la paz interior. 

Dota la bondad del ser humano de perseverancia, destreza y estilo, del compromiso de explorar, descubrir -y revelar- en el patrimonio clásico, el folclor o el baile popular, la riqueza de las costumbres galantes de la humanidad.

Y cuenta historias, de fuego o de cenizas, con una nostalgia peregrina capaz de tupir las grietas sentimentales, o encadenarlas con cintas blancas, rescatando para los pueblos el orgullo por su idiosincrasia natural.

Música y danza configuran una corazonada lógica, en partituras y melodías, forjando una inspiración artística en dimensiones geométricas majestuosas, como una promesa ética -y magistral- del cuerpo.


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