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El taxista (I)
Con su inconfundible acento nos fue revelando las penurias de su trabajo.
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Lunes, 22 de Abril de 2024

Era el primer sábado de este mes de abril. Hacía una mañana de sol de los días siempre frescos de Ocaña.

Ante el chofer que encabezaba la fila de carros estacionados frente a la capilla de la Virgen de Torcoroma en el centro de la ciudad: ¿Por cuánto nos lleva al Agua de la Virgen? - Por veinte mil pesos. No, le respondió mi esposa: ya averiguamos que la carrera vale dieciocho. Nos lo dijo ayer el chofer que nos llevó a La Primavera. Entonces, nos dirigimos al cuarto taxi de la fila y le hicimos la misma pregunta. Este nos contestó dando la tarifa correcta y llamó a un amigo: - Mirá, Lalo, ¿será que los otros choferes me la montan porque no respeté el orden de salida?”- No te preocupés, Mono, yo me encargo de convencerlos de que no estás obrando mal, porque, ¿para qué aquel les cobró más a los señores?

Emprendimos la marcha. El Mono nos acogió de inmediato como si fuéramos viejos amigos. Y dirigiéndose a mí, sin más preámbulos me dijo: - Yo como que te he visto a vos en la vereda Piedras Negras de Ábrego, o te parecés a la gente de allá. Le respondí que era posible pues he visitado con frecuencia dicha vereda porque allá vivían mis bisabuelos paternos, y que mi abuelo había nacido en ese lugar lo mismo que toda la camada de Clavijos. Además, hoy es un magnífico destino turístico por la majestuosidad de aquellas piedras, y no dejo de visitarlo. – Entonces somos paisanos, remató el taxista.

Con su inconfundible acento nos fue revelando las penurias de su trabajo, cuánto recogía diariamente, y, lo, principal, que su madre estaba enferma y la tenían en una clínica de Cúcuta. Él y sus hermanos afrontaban la dificultad de reunir ciento cincuenta mil pesos para pagarle a alguien que la acompañara en la habitación cada día; todos estaban limpios, pues Marina no tenía empleo, Rosa ganaba algo, pero no le alcanzaba para dar la cuota, Cheo era el que estaba mejor pero tampoco se podía cargar la obligación, y él, El Mono, ¿cómo iba a descontar de los cincuenta mil pesos diarios que hacía por las carreras si tenía mujer, hijos y préstamos a Crediservir?

Su historia nos conmovió. Nos dejó al pie de la escalinata que lleva a la ermita sembrada en la cima de la exuberante montaña en donde se reveló Nuestra Señora de las Gracias de Torcoroma.  Desde la subida se escuchaba el sermón del rector del santuario, el padre Elio Said Pérez. Milagrosamente -porque allá todo es milagro, como la fuente que no se ha secado después de más de 300 años – logramos una banca, adelante y a un costado del altar. Así pudimos escuchar bien de cerca el resto de la homilía, y seguir la misa. El padre Elio Said nos atrapó de inmediato. En ese momento estaba refiriendo que no ha faltado la jovencita que le ha pedido que le bendiga la imagen de San Benito que tiene tatuada en una nalga. “Tápese, cochina”, le ordenó. Semejante anécdota hizo estallar de risa a la multitud.

Continuará…

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