La sabiduría del pueblo colombiano no deja de sorprenderme. Contra todos los pronósticos, contra cientos de miles de millones de pesos de propaganda oficial, contra todos los partidos políticos, contra el presidente Juan Manuel Santos, contra los medios de comunicación, contra la comunidad internacional, contra el miedo que quiso generar el gobierno y contra la estigmatización, los colombianos votaron No en el Plebiscito en contra del acuerdo firmado por Santos y las Farc.
Hoy, más de dos semanas después, la situación no es fácil, pero por ahora Colombia se salvó de tener unos acuerdos en la Constitución que habrían amarrado a futuros presidentes a un cogobierno de las Farc, habrían iniciado una cacería de brujas judicial contra empresarios, militares y políticos incómodos para el proyecto de las Farc y habrían iniciado el camino de este país hacia el desastre que hoy viven los venezolanos.
En Norte de Santander, estado fronterizo con Venezuela, el ‘No’ no tuvo que hacer campaña. La hicieron los cientos de miles de venezolanos que cruzaban la frontera para comprar insumos de primeras necesidad y le decían a sus hermanos colombianos “no se equivoquen con ese voto miren lo que nos pasó a los venezolanos”.
Y en el resto del país imperó el odio hacia las Farc, el desprestigio del gobierno Santos que sumado a los abusos de poder generaron desconfianza, las equivocaciones de la campaña del Si, el desastre de las encuestadoras que llenaron al gobierno de confianza en el triunfo y obviamente un acuerdo que entregó soberanía, impunidad, verdad y reparación a cambio de nada.
Pero el gobierno parece no querer escuchar lo que el pueblo le dijo. Santos ha querido dividir el No, la canciller María Ángela Holguín le da más importancia al veto de las Farc que al mandato popular de los ciudadanos y por ahora no se ve un real interés en mejorar el acuerdo.
El gobierno presiona con el tiempo después de hacer un plebiscito en un mes y negociar durante casi seis años. Distintos sectores alimentados desde el palacio presidencial piden firmar el acuerdo ya y hacen marchas para ganar en la calle lo que no lograron en la urnas. Y el Nobel de paz no ha servido para abrir una compuerta de negociación seria que lleve a Colombia a tener un acuerdo que incluya a toda la ciudadanía.
Se habla de un nuevo plebiscito que convierte a Colombia en una democracia plebiscitaria con todos los riesgos institucionales que ello conlleva y por lo pronto se ve un gobierno más interesado en arrinconar a la oposición que en tender la mano a quienes quieren ser no solo escuchados sino que sus propuestas sean tenidas en cuenta.
El escenario más probable es que el presidente Santos haga unas reformas cosméticas y firme un acuerdo que divide el país. Aún no sabemos si de nuevo lo llevará a la aprobación popular pero estaremos listos para enfrentar esta batalla de nuevo. Lo triste de una salida de esta naturaleza es que se pierde la oportunidad de unir al país en un proyecto común como es el de la paz y nos lleva a un enfrentamiento feroz en las elecciones del 2018.
Colombia no vivía una situación así desde la división entre liberales y conservadores de mediados del siglo pasado que dejó una guerra civil con miles de muertos. Del gran escenario de la paz podemos pasar con facilidad a la tragedia de una confrontación civil. Un solo tiro puede desencadenar este escenario que se nutre de la polarización y la desconfianza que hoy hay en Colombia.
El ex presidente Eduardo Santos decía sabiamente hace muchas décadas que era mejor ser “antorcha que alumbra que antorcha que incendia”. Hoy el presidente Santos tiene esa antorcha en sus manos. Y de él depende que este país pueda vivir un momento épico de comunión entre colombianos o un equilibrio inestable como una barril de pólvora con una paz que divida y no que una.