Así es, creo mucho de eso, diciembre tiene su encanto, algo de fantasía. El solo de hecho de encontrarse con los amigos que no veíamos hace tiempo, de hablar con ellos, de saber de sus vidas, o eso de empezar a ver las luces de las calles, de encontrar a la gente algo más relajada, dispuesta a hablar, tiene su encanto.
Esa alegría se aprecia por todas partes, por eso me gustan los diciembres. Ayer llegué a las 4 y 45 a.m. al aeropuerto de Bogotá y era impresionante a esa hora ver toda la cantidad de carros y viajeros. Se acerca la navidad. Por esa fantasía de diciembre, hace muchos años, cuando estudiábamos con Manuel Guillermo Cabrera en Francia, por una de esas alegrías de estudiantes de fin de año en Amsterdam, cuando creíamos que allá era igual de fácil de conseguir hotel que en Cúcuta un 31 de diciembre, en un terrible invierno, de no ser por un español que nos dio hospedaje, el final del cuento no habría sido el mejor.
No deja de tener la vida en cualquier momento altibajos, tristezas, aún en diciembre, como sucediera por estos días con la muerte de mi compañero de universidad Manuel Mora Restrepo, que como lo relata el cuento de Julio Cortázar, cuando muere un amigo, algo de uno también se va.
La gratitud y encuentro con los amigos la encontramos en cualquier sitio siempre gratificante, como sucede siempre en la Venezia saludando a Guiseppe, hablando con él algo de Italia, algo de Cúcuta, y en la mesa de al lado con Rodrigo Vásquez Valencia, lamentando una vez más la eliminación del Cúcuta.
“Es mucho más difícil y complicada la B que la A, o acaso el entrenador es el culpable del gol que botó Nicolta”, decía Rodrigo. Otro amigo de siempre, la conversación grata con Manuel Luna, Ximena y su hija odontóloga, hablando de la situación difícil de inseguridad que atraviesa la provincia de Ocaña, hablamos de su historia, de lo que fue la constitución de 1853.
Me encuentro después por casualidad con un amigo que tiene una profesión un poco extraña en la ciudad, vende libros, y me pregunta sobre lo mejor que leí este año. No dudé, el cuento del escritor peruano Alfredo Echenique que se encuentra en la “Guía triste de París”, que se llama “El costosísimo asesinato de Juan Domingo Perón”. Seguramente una historia cierta de dos estudiantes peruanos que se quedaron sin beca en París, sin un euro, ellos altos, con aspectos de “Cholos”, que daban miedo, y en Europa buscaban a quienes pudieran matar a Juan Domingo Perón que se acababa de radicar en Madrid. Comienza la conversación, los futuros asesinos piden champagne, comida carísima, les pagan todo lo que debían, y al final no se cierra el acuerdo porque exigieron que para matar a Perón era necesario que les alquilaran un apartamento muy costoso cerca al de Perón. Hasta ahí llegó el intento.
Muy merecido el reconocimiento que le hicieron a Carlos Colmenares por su labor en la Universidad, y otro amigo, la generosidad y gratitud de siempre de Alfonso Morales, su pulcritud profesional, hombre de calidades excepcionales atento siempre a la conversación con sus amigos.
En este comienzo de diciembre, otros amigos me esperaban en el restaurante Cabernet. Con Alfonso Castro y Leydi tuvimos otro espacio para compartir, para hablar de la apertura del transporte hacia Venezuela, y así, entre amigos y más amigos de un diciembre, un grupo de amigas festejaban el cumpleaños de Nora Aliendo. Una de ellas me alcanzó a decir, voté en blanco para la gobernación por sus columnas.
Esa es otra gratitud, quienes me leen, y mejor la del taxista en el aeropuerto de hace unos días: ¿para dónde va?; a Quinta Bosch le respondí, y me dice, va para la casa de su mámá?, yo lo leo a usted…