El Cielo, sin ascensor, abril 20 de 1993 (Oreja Press).- En un vuelo directo, sin la forzosa y caliente escala en el purgatorio, llegó hoy aquí hace 31 años don Mario Moreno, Cantinflas, a quien Dios recibió con una cierta sonrisa.
San Pedro se hizo el de la vista gorda y no exigió visa. Se dio por bien servido cuando escuchó su nombre completo: Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes. Sin pensarlo dos veces, el comediante se ubicó de una a la diestra de Dios Padre en un asiento calientico que le tenía reservado Charles Chaplin. Se habría podido colocar a la izquierda. “Dios no tiene presa mala”, dijo uno ateo manso que se salvó a la hora de nona.
El británico Chaplin le repitió en la vida eterna, lo que alguna vez le dijo en tierra firme: "Eres el mejor; somos los mejores".
Cantinflas se asiló en su bigote minúsculo tan contundente que sacaba la cara por él y le contestó: "Exageradón, my cuate inglés, but very cierto. Orale no más".
Chaplin le informó que tenía derecho a cama con baño privado en el pabellón de los humoristas, adonde la corte celestial en pleno, incluidas las once mil vírgenes, acude a sacudirse el estrés que produce toda una eternidad pasando rico.
"No sé por qué me han llorado tanto allá abajo, aunque de pronto si sé. Porque entre la alegría y la tristeza no hay más distancia que una lágrima", bromeó Mario ante Mr. Chaplin, quien en este momento le mostraba dónde quedan los servicios: “Al fondo, a mano derecha”. Como en tierra firme.
Intercambiaron ideas breves sobre el personal femenino para caer de pronto en la tentación de algún viernes de tedio. “Lo malo de no caer en la tentación es que después no se vuelven a presentar”, les recordó Oscar Wilde, que apareció como por entre una paradoja.
"¿De qué te moriste?", preguntó Chaplin. "Yo no me morí. Cambié de traje. Lo malo de la muerte es que es para toda la vida", reviró Cantinflas quien en ese momento saludaba a sus colegas, el Gordo y el Flaco (Stan Laurel y Oliver Hardy, Abott y Costello), a los hermanos Marx, y a sus paisanos Tintán, Resortes y Clavillazo, el del traje pluscuamperfecto.
(A Cantinflas, este desviado especial lo conoció durante una rueda de prensa en el desaparecido Hotel Hilton de Bogotá. Un colega se tiró en la batica a cuadros cuando le disparó esta infame pregunta al Gran Mimo: ¿Cuántas cirugías plásticas se ha hecho? “Eso no tiene importancia. Siguiente pregunta”, respondió quien se inició laboralmente como lustrabotas, cartero, taxista, boxeador. Esos y otros oficios lo acompañarían en la pantalla).
"Qué bigote de supercharro tienes, mano. Mira no más que pareces una manifestación de pelos", le dijo a Groucho Marx, el del tabaco descomunal.
Groucho reviró con una sátira a Mario, por haberse hecho cremar: "Cómo se vé que querías ahorrar plata en ataúd" y le encimó un abrazo de esos que rompen hasta la silla turca.
Por Chaplin, su cicerone más allá de las estrellas, Cantinflas se enteró del epitafio que había dejado Groucho: “Señora, perdone que no me levante”. Y le recordó el que dejó listo abajo: “Parece que se ha ido pero no es cierto”.
Buster Keaton, malabarista del humor sin palabras, aventuró la tesis de que los pantalones de Mario parecían sostenidos por el miedo de los espectadores a que se cayeran del todo. Esos descaderados fueron la primera piedra de los que hoy utilizan las mujeres para alborotar el erotismo.
En la tertulia que se formó, todos coincidieron en que estaban allí, porque con su arte habían sido la voz de los que no tienen voz y el editorial de quienes carecían de periódico.
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