Uno bosteza una vez, tal vez dos veces y dice que tiene hambre. Tal vez apetito, pero hambre-hambre…hummm. Recuerdo que un chef bosnio (él en sus iras tiraba comida intacta a la basura) me contó que alguna vez sintió hambre-hambre en la guerra de los Balcanes, conflicto del que huyó a mediados de los noventa. Y la sintió porque el hambre no “se tiene”, se siente. Se siente como un animal adentro, voraz. Son como arañazos de un gran roedor que escarba y mordisca. Así, más o menos me lo dijo en su inglés pasable y así lo entendí con el mío, reprochable. La señora hambre así sin más, te come. Y también supe que de tanto sentirla se olvida. Entras en un sopor que alivia y si tienes ojos para mirar a otra persona en iguales condiciones, no necesitas espejo para saber que estás en esa etapa gemelar de quienes tocan el trasportón del viaje final.
Este texto, con algunos retoques –siempre nos estamos corrigiendo– apareció en la extinta publicación “papel Higiénico ilustrado” en 2007 y la desempolvo porque poco ha cambiado. Desde que el humano es humano (y antes) se muere y se mata de hambre. A su izquierda, al escrito lo acompañaba la famosa imagen del fotoperiodista sudafricano Kevin Carter, (captada en 1993, por la misma época de aquella guerra), donde en un primer plano se puede ver a un niño famélico de dos años, postrado sobre el suelo seco en algún lugar de Sudán. Y al fondo vemos al acecho, un buitre que espera, igual de hambriento.
Sí, el tema sigue muy actual, como el apetito de ser popular, como la avidez por poseer, por ejemplo, un yate, un voto, o los territorios de otro país. Y como uno ya no le pregunta a la gente sino a miss AI (Artificial Intelligence) quise saber más y escribí en el buscador: ¿Dónde hay hambruna en la actualidad? Y ella, muy copietas, muy corta-y-pega, suelta: “En la actualidad… bla, bla, bla”,y nombra países “como Sudán, Yemen, Somalia, la República Democrática del Congo y Haití, junto con Palestina. Otras zonas con crisis alimentarias graves incluyen Burkina Faso, Chad, Malí, Nigeria y Siria. Las causas principales son…”. Una maravilla. Si por cada letra de sus millones de respuestas diarias se destinara a esos lugares un kilo de arroz o un profesor, tal vez se quedarían sin resultados las consultas. Pero no es así, ni la demagogia ni el hambre se dejan dominar. Ni quienes la propician.
Puedo decir –la gula autobiográfica es también apetecible– que alguna vez creí acercarme a esa sensación, la del hambre-hambre. Fue en 1994 (por los mismos años) durante un viaje en bus entre Arequipa y Cuzco. El trayecto, que debería ser de unas doce horas, terminó por abarcar una travesía de treinta y cinco. Cosas del subdesarrollo.
Y de la generosidad. Como el chofer prometió detenerse para cenar más adelante, le ofrecí lo que quedaba de un paquete de galletas a un niño que viajaba junto al conductor, sin pasaje y con hambre, mucha hambre, me dijo. Yo había almorzado, pero me salté la comida de la noche y el desayuno siguiente, gracias a un atasco monumental y varios desvíos por trochas memorables. Sí, sentí hambre, me alcanzó una punzada en algún lugar del intestino o del orgullo, que queda muy cerca. Sentí un dolorcito, digamos, ¿burgués? hasta que el mismo chico, solidario, me ofreció hojas de coca para mascar como almuerzo. Y masqué. Uno bosteza una vez. Tal vez dos veces. Eso no es hambre. Tal vez sea sueño. Quizás aburrimiento.
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