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El boom de la economía circular: más que una moda, un cambio de era
Durante siglos, nuestro modelo de desarrollo siguió una lógica tan simple como peligrosa: extraer, producir, consumir y desechar.
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Miércoles, 12 de Noviembre de 2025

Hace unas semanas participé en un congreso mundial de residuos sólidos, donde diversas empresas y comunidad científica convergen en la imperatividad de la transición a la economía circular. Lo que me hizo recordar que, hay ideas que, poco a poco, dejan de ser alternativas para convertirse en el nuevo centro de gravedad del desarrollo. La economía circular es una de ellas. Lo que hace apenas una década sonaba a propuesta ambiental de vanguardia, hoy se ha consolidado como el lenguaje común de gobiernos, empresas y ciudadanos.

No es exagerado decir que estamos ante un nuevo modelo económico que integra no solo la conversión de residuos sólidos en nuevas materias primas que se reincorporan al ciclo económico, si no también la posibilidad de hablar de una economía restaurativa que busca prevenir la degradación de ecosistemas e invertir las utilidades de sus negocios circulares en la preservación de los recursos

Durante siglos, nuestro modelo de desarrollo siguió una lógica tan simple como peligrosa: extraer, producir, consumir y desechar. Esta fórmula lineal impulsó el crecimiento industrial desde inicios de 1900, pero también sembró las semillas de las crisis actuales: escasez de recursos, contaminación generalizada y un planeta que, literalmente, ya no da abasto. En este contexto, la economía circular no aparece como una idea romántica, sino como una respuesta estratégica y urgente.

Su auge se debe a la convergencia de tres grandes fuerzas. Primero, la regulación pública: desde naciones unidas se habla del fin de la era de los residuos sólidos en ciudades, fijando metas ambiciosas de reutilización y reciclaje, en América Latina comienza a fortalecerse la idea y avanzar en leyes de responsabilidad extendida del productor para que los importadore y productores, sean responsables de sus residuos.

Segundo, la presión empresarial y financiera: las compañías líderes entendieron que ser circulares no es solo bueno como publicidad verde, también lo es para sus balances. Reducen costos, ganan resiliencia ante la escasez y mejoran su reputación. Y tercero, la revolución tecnológica: herramientas como la inteligencia artificial, blockchain o los gemelos digitales permiten rastrear materiales, rediseñar productos y habilitar nuevos modelos de negocio circulares.

Pero el fenómeno no se explica solo desde lo institucional o lo tecnológico. Hay un cambio cultural profundo. Las generaciones jóvenes no quieren ser consumidoras pasivas de residuos; exigen productos con propósito, trazabilidad y coherencia. Ya no basta con que un envase diga “reciclable”: se espera que todo el sistema esté diseñado para que la circularidad no sea una excepción, sino la norma.

Ejemplos hay por montones: ciudades como Ámsterdam se han propuesto ser 100 % circulares para 2050; empresas tecnológicas como Fairphone fabrican teléfonos modulares y reparables; la industria de la moda apuesta por plataformas de reventa y fibras recicladas; y en América Latina, cada vez más municipios integran rutas circulares en sus planes de gestión de residuos. No es casualidad: la circularidad se ha vuelto un motor de innovación y competitividad. Sin embargo, este boom también trae desafíos. Existe el riesgo de que la economía circular se convierta en un eslogan vacío si no va acompañado de cambios estructurales. No basta con reciclar más: se necesita repensar cómo diseñamos, producimos, distribuimos y consumimos.

Estamos, entonces, ante un momento bisagra. La economía circular no es una tendencia pasajera: es la nueva arquitectura económica del siglo XXI. Quienes comprendan esto a tiempo, gobiernos, empresas, ciudadanos, no solo estarán protegiendo el planeta, estarán liderando el futuro.


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