
Cada tanto estalla un escándalo cultural que te devuelve la fe en la humanidad y te da esperanzas de que, a lo mejor, sí que vale la penacreer que tenemos futuro. El de esta semana, por ejemplo, lo ha protagonizado María Pombo, fácilmente la influencer más importante de España, quien en uno de sus últimos videos donde habla sobre una estantería de su casa, y al ser increpada por un seguidor ante la ausencia en ésta de libros que haya leído, manifestó sin sonrojarse “Hay que empezar a superar que hay gente a la que no le gusta leer. Y encima no sois mejores porque os guste leer”. Frase que seguro pasará a la historia de Internet y que no me sorprendería ver en camisetas o imanes, probablemente vendidos incluso por ella misma.
La aireada ola de indignación que su comentario ha generado, más allá de si a María Pombo le gusta leer o no (lo cual es poco más que irrelevante para el devenir de la raza humana), desvela una sociedad que, aunque todos los días busca motivos para polarizarse cada vez más, al menos es capaz de ponerse de acuerdo sobre un mínimo esencial: leer es vital y su importancia no puede relativizarse. Una conclusión que, aunque pareciera lo esperable, no puede darse por sentada en estos tiempos donde las manifestaciones en pro del anti-intelectualismo van en aumento, la ciencia está constantemente bajo ataque en favor de teorías conspiranoicas y el algoritmo de las redes sociales premia la inmediatez del ruido sobre la profundidad del argumento.
El que nuestra civilización haya conseguido llegar a donde ha llegado se debe en unamedida infinitamente mayor a la lectura, y al consecuente gusto por ésta, que a los influencers, y aunque es cierto que el que te guste leer no te hace necesariamente mejor persona desde el punto de vista comparativo con otros individuos (la lectura ayuda, pero no es milagrosa), no tengo la menor duda de que sí te hace mejor que cualquier versión alternativa de ti mismo a la que no le guste leer. Frente a frente, vistos mano a mano en universos paralelos y puestos a elegir entre uno y otro, tu yo lector será indiscutiblemente superior a tu yo no lector y esa es una verdad cósmica que estoy dispuesto a defender hasta la eternidad desde la colina que haga falta.
Las bondades del gusto por la lectura no se agotan únicamente en la mera asimilación de conocimientos nuevos, una acumulación vista por algunos como intrínsecamente “elitista”, sino que también constituye un ejercicio de necesaria empatía, de ponerse en los zapatos del autor y cambiar nuestra voz por la de éste en instantes solitarios de silencio y concentración. Una dinámica disruptiva que pervierte la uniformidad de discurso de las cámaras de eco creadas por los algoritmos, fomentando así el reconocimiento de la otredad y forzando a la consideración de otros puntos de vista que enriquecen el debate. Todos ellos beneficios que mucha falta nos hacen y que nos convertirían en nuestro mejor yo posible.
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