¿Cómo transformar la sociedad si la educación se encuentra bajo la amenaza constante de variables que dificultan los avances medibles en la comunidad interactiva o sociedad común? Los últimos datos del Ministerio de Educación, analizados por el Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Pontificia Universidad Javeriana, encontró que “de 2.400.000 estudiantes de escuelas rurales en todo el país, sólo el 17% tiene acceso a internet”.
Con estas cifras deberíamos escandalizarnos, preocuparnos de lo que pensamos sobre el presente y el futuro de nuestra sociedad colombiana;en Colombia, la brecha y la desigualdad es muy amplia,sumado a los diferentes tipos de violencia que azotan nuestras instituciones y sistemas educativos.
Martínez-Otero afirmaba hacia el 2005 que en ciertos momentos de la vida escolar la violencia impide el normal desarrollo de las actividades académicas; igualmente menciona que a nivel social las fuentes de violencia tienen que ver con la desigualdad, la penetración de la cultura de la violencia en el espacio educativo como efecto de la globalización, mayor acceso al consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, y señaló a la familia y la escuela como productoras de situaciones violentas.
Por su parte, Abramovay (2005) destaca que la violencia tiene efecto sobre la calidad de la enseñanza y sobre el desarrollo académico, y además la “atmósfera violenta” de la escuela afecta el ejercicio profesional del equipo pedagógico. También, indica que es uno de los factores que más pesa en la baja calidad de la enseñanza y el desempeño escolar; resultados que hoy se reflejan en las pruebas de medición de conocimiento y en los comportamientos sociales de nuestra comunidad educativa.
Los niños, niñas y adolescentes colombianos están sumergidos en ambientes violentos naturales primarios que, en muchas de las ocasiones, inician en el propio hogar, donde el abuso sexual y la violencia intrafamiliar, entre otros flagelos,los llevan a definir de manera equívoca reacciones humanas que afectan el conglomerado donde se desarrollan.Paralelamente, la carencia de liderazgos o ejemplos que posibiliten referentes morales o de beneficio social hacen que sean masas manipulables al vaivén de las redes sociales o la “tv basura” que alimenta el ostracismo de la mediocridad.
La brecha social cada vez es más grande.No es lo mismo graduarse de bachiller en la capital de departamento que en un municipio de la Colombia profunda; los dos estudiantes están posiblemente estigmatizados a no saber qué hacer como proyecto de vida o peor aún, ven el acceso a la Educación Superior lejano y utópico.
Este nefasto acontecimiento entrega a nuestros jóvenes en los brazos de la violencia, de los actores armados,cualesquiera que sean,y por supuesto, a los duros efectos de los narcóticos que los llevan a alucinar como escapatoria de la realidad. ¿Qué hacer?, ¿de quién es la misión de transformar dichas realidades?, pues de toda la sociedad. Cada uno de nosotros somos responsables de manera directa e indirecta de la formación y cambio de las generaciones presentes y futuras. No podemos seguir con discursos populistas de regalar tabletas electrónicas donde no hay conexión a internet y si la hubiere, que el ingreso sea a plataformas de conocimiento y no a la visita de redes que en la mayoría de los casos disminuyen la capacidad de razonar, de ampliar sus expectativas de vida social sana y mejoramiento de la calidad de vida. Y los docentes, ¿qué rol juegan? … Esta conversación queda para la próxima columna.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion