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Días de radio
Cuando  la radio se convierte en maná.
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Domingo, 27 de Marzo de 2022

Como en la aldea global siempre estamos festejando algo, hablemos de la radio que el 13 de febrero celebró su día mundial por decisión de la Unesco.

Ernesto Sábato lamentó  la muerte de una vecina en febrero  “cuando no hay nadie en Buenos Aires”. Entierro sin que nadie lo lamente, con la excepción del dueño de la funeraria, es malo para la salud del difunto. No es el caso de la radio que nos acompaña día y nochemente.

Escucho radio desde la época en que todos somos inmortales: la niñez. La radio hacía las veces de televisión, periódico, internet, wasap. Si Dios estaba en todas partes, según el catecismo del padre  Astete, la radio también tenía- tiene-  ínfulas de omnipresencia.

El aparato era un miembro más de la familia. La mascota. Tan importante como el agua y la luz. Una prótesis. Ganas daban de invitarlo a enamorarse de alguna vecina o a jugar fútbol con los demás muchachos de la cuadra.

Nunca le permitiré al señor Alzheimer que borre de mi disco duro un radio Zenith transoceánico que mi padre encontró en algún mercado de las pulgas. Cuando todo el mundo estaba recogido, cuando “el músculo duerme, la ambición descansa”, debajo de las cobijas me las arreglaba para prender ese radio que sintonizaba emisoras remotas.

Por el cachivache supe que no estábamos solos en el universo. No entendía lo que oía pero eso nunca me preocupó.

Y como madrugué a ser niño “genio” me preguntaba por dónde se metía la gente que hablaba dentro del aparato. Nunca resolví el enigma.

Con el sol a la espaldas, cuando “siento que estoy empezando a desaparecer”,  tengo tantos radiorreceptores como biblias (6). También tengo a la mano el número de la policía,  por si alguien se atreve a robarme alguno de mis aparatos.

El primer libro que “leí” me entró por el oído. Lo he contado pero no con Trump de expresidente, en el asfalto. Me refiero a “Lejos del nido”, radionovela. Al libro de don Juan José Botero llegaría después.

Que el mundo se daba contra las paredes con prosaicas guerritas lo sabíamos por la cajita mágica. Por la radio supimos del asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán.

La banda musical de los primeros años corría por cuenta de boleros, tangos, guarachas, rancheras, pasodobles. La radio ofrecía ese menú.

Mi primer empleo fue en radio como mensajero en el noticiero de Todelar. Los Tobón, sus dueños, eran tímidos para el gasto pero, para pagar, cumplidos como el relámpago después del trueno. En fin, que sea un pretexto para decir que muy agradecido con la radio por los favores recibidos. (Publicado inicialmente en El Colombiano).

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