El mundo arde en medio de guerras, desde las militares, principalmente en Ucrania y Gaza, hasta las sociales, en las fronteras de la prosperidad y la riqueza. En el río Grande, entre una América Latina pobre y unos Estados Unidos opulentos, y en el Mediterráneo, entre un continente de negros y árabes pobres y una Europa igualmente opulenta. No son hechos fortuitos o fruto de la maldad de unos, sino el resultado de una lógica político - económica, donde la pobreza y la riqueza, son fenómenos entrelazados.
El mundo opulento, y el cuento es viejo, necesita de la inteligencia y capacidad que existe en las sociedades pobres y de una fuerza de trabajo no calificada para las labores más simples y peor remuneradas, para cubrir su déficit laboral, suministrada por esas economías donde "sobra" la gente sin empleo o subempleadas. Sus políticas de inmigración selectiva responden a necesidades suyas y no al afán y necesidad de las economías pobres.
La lógica elemental de lo que sucede, es que el trabajo necesita del capital y por ello "naturalmente" busca ir a donde este se localiza, donde es demandado y tendría oportunidades de emplearse y de adelantar actividades productivas alternas. Por ello, los ricos le dan vía libre a la inmigración selectiva, para atender sus necesidades de mano de obra con calificación. Desde la perspectiva de los intereses de los países ricos individualmente considerados, el punto es lógico, pero no aborda el problema global, mundial, de las oleadas de migraciones masivas, agudizadas por la incontenible concentración de la riqueza, el capital y la tecnología, es decir de la capacidad de generar empleo, en un mundo globalizado, controlado por el capital financiero especulativo.
Simplificando, en este mundo, el capital se concentra en los países ricos mientras que, las mayorías que están a la búsqueda de un empleo y de un ingreso digno, sobreviven en la pobreza y la inseguridad. La necesidad obliga a los desplazamientos corriendo todos los riesgos, en medio del rechazo de los ricos que buscan amurallarse, aislarse. La gente se desplaza buscando en esos países, el empleo que no logran en su país. El capital en vez de salir al encuentro del trabajo disponible, pretende encerrarse y solo entreabrirle la puerta. El fracaso de esta posición salta a la vista. La solución no son los muros y las deportaciones, pero tampoco el humanitarismo que resuelve la situación en un momento, pero no le da la solución definitiva, que es económica y no simplemente represiva (Trump) o humanitaria (Biden). Las oleadas de personas cruzando el río Grande y la aparente pasividad de Biden frente a la situación, pueden ser definitivas para el triunfo de Trump en noviembre.
El almendrón de este delicadísimo punto, no ha sido abordado, y es claro: o se garantizan en los países periféricos, concretamente en América Latina, las posibilidades invertir para generar riqueza en términos de empleo y bienestar, abriéndole espacio a esa producción en los mercados o los países centrales podrán construir todos los muros, militarizar sus fronteras, pero la presión humana no cesará, por la sencilla razón de que el actual engranaje del sistema económico mundial seguirá expulsando oleadas humanas. No hay alternativa, el trabajo y el capital deben encontrarse en la periferia, al desplazarse el capital a ella.