El programa Fulbright, que patrocina generosamente mis estudios doctorales en EE. UU., me invitó la semana pasada a un seminario de enriquecimiento cultural en Detroit, Michigan. El evento fue diseñado para conocer líderes comunitarios de esta fascinante ciudad e intercambiar ideas y experiencias con compañeros de la comunidad Fulbright de todo el mundo.
Detroit, la ciudad que alguna vez rugió al ritmo de los motores, tiene una historia profundamente entrelazada con la industria automotriz, el jazz y los conflictos raciales. En 1920, era una metrópoli en auge, conocida como la "Motor City". Figuras como Henry Ford, General Motors y Chrysler no solo resonaban como empresas, sino como símbolos de modernidad.
Las líneas de ensamblaje en Detroit revolucionaron la producción y pusieron al mundo sobre ruedas. Ford, en particular, transformó la industria con su modelo de producción en masa y ofreció salarios atractivos que atrajeron a miles en busca de oportunidades. El "sueño de Detroit" era el sueño americano hecho realidad. Inmigrantes europeos y trabajadores del sur de Estados Unidos, tanto blancos como afroamericanos, llegaron en busca de empleos prometedores.
El esplendor ecońomico incrementó las tensiones raciales. Detroit se convirtió en un crisol donde la prosperidad convivía con una segregación cada vez más visible. Dicha tensión estalló en 1943, en uno de los disturbios raciales más violentos en la historia de EE. UU., marcando a la ciudad con desconfianza y resentimiento.
El movimiento de los derechos civiles de los años 60 también sacudió fuertemente la ciudad. Los rapidos cambios demográficos provocaron resistencias de comunidades blancas beneficiadas por políticas de vivienda segregadas y mejores oportunidades laborales. Esto, sumado al "white flight" (término usado para caracterizar a los residentes blancos que se mudaron a suburbios) exacerbó la segregación y el abandono de la ciudad. Igualmente, la creciente demanda de igualdad de derechos y particularmente los disturbios de 1967 en Detroit, conjueron a que muchos residentes blancos con alto poder adquisitivo abandonaran la ciudad.
La crisis del petróleo de los años 70 fue un golpe devastador para Detroit, cuyas automotrices especializadas en vehículos grandes y de alto consumo de combustible no se adaptaron rápidamente a la demanda de vehículos más pequeños y eficientes. La tercerización de la producción, buscando reducir costos, también contribuyó al colapso económico de la ciudad. Las fábricas cerraron, el desempleo creció y las arcas municipales se vaciaron. Para la década del 2000, Detroit había perdido más de la mitad de su población y estaba en ruinas económicas. En 2013, se declaró en bancarrota declarando pasivos que superaban los 18 mil millones de dólares y configurando el mayor proceso de reorganización municipal en la historia de EE. UU.
Lideres sociales, empresarios locales, artistas y ciudadanos comprometidos con la ciudad recientemente comenzaron a transformar viejas fábricas en espacios creativos. Las inversiones en renovación de infraestructura están atrayendo nuevos negocios y estabilizando la economía de la ciudad. Aunque el renacimiento de Detroit enfrenta desafíos, especialmente en equidad racial y revitalización de áreas abandonadas, es justo decir que esta es una ciudad en transición. Una vez la joya de la industria automotriz americana, Detroit busca una segunda oportunidad, aprendiendo de su historia para crear una ciudad incluyente sostenible y en paz.
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