Durante décadas hemos escuchado diferentes voces que nos advierten a cerca de la agonía que sufre el planeta y la importancia de cuidar el medio ambiente.Las campañas, los mensajes y las advertencias hacen parte del día a día, pero el resultado sigue siendo el mismo: el planeta continúa el camino a la destrucción.
La humanidad, movida por la ambición y el consumo desmedido, avanza hacia la destrucción de su propio hogar. Nuestro comportamiento por momentos no es otro que ser depredadores del entorno. Mientras muchos observan impotentes, unos pocos, conscientes del daño pero cegados por sus intereses, priorizan el beneficio económico por encima del bien común.
En Colombia, existen múltiples corporaciones y entidades estatales responsables de la preservación ambiental. Todas operan bajo las políticas del Ministerio de Ambiente. Sin embargo, los decretos, acuerdos y leyes que se promulgan aunque al leerlos puedan inspirar esperanza suelen quedarse en el papel. La ejecución es débil, los controles son insuficientes y la deforestación avanza sin freno, ante la pasividad de las autoridades. Causa dolor que la deforestación en Colombia solo entre los años 2023 y 2024 aumentó en 43%, llegando a cifras de 113.608 hectáreas deforestadas, las causas van desde presión de grupos ilegales para actividades de minería pasando por la expansión de la ganadería y obras de infraestructura que en ocasiones lo último en lo que piensan es en la preservación del ambiente.
Vale la pena hacer una pausa y preguntarnos: ¿qué tan guardianes somos del entorno que habitamos? ¿Cumplimos ese papel en nuestros hogares, trabajos y rutinas diarias? La responsabilidad ambiental no debería recaer únicamente en las instituciones; cada persona puede y debe aportar, aunque sea desde pequeñas acciones cotidianas.
El panorama nacional revela una realidad preocupante. El crecimiento desordenado de las ciudades, las obras de infraestructura y la expansión inmobiliaria avanzan con escasa responsabilidad ambiental. A lo largo del país se levantan grandes estructuras de concreto viviendas, carreteras, complejos urbanos que dejan a su paso daños irreparables. La naturaleza, en su sabiduría, comienza a reclamar: sequías, inundaciones y deslizamientos son el reflejo del desequilibrio que hemos provocado.
La indiferencia se ha convertido en parte de nuestra vida diaria. Y no solo frente a los temas ambientales: también en nuestras relaciones humanas y decisiones colectivas. El individualismo domina, y la conciencia social se desvanece.
Este artículo busca sumarse a las voces que, en todo el mundo, exigen una acción ambiental real y sostenida. Los llamados a las autoridades no pueden seguir siendo comunicados vacíos o promesas aplazadas. Se requiere liderazgo, coherencia y una visión de futuro que anteponga la vida y el equilibrio natural al progreso mal entendido.
Porque, de forma lenta pero constante, destruimos lo que Dios y la naturaleza nos regalaron. Y también, de forma lenta pero implacable, la Tierra nos está pasando la cuenta. Huracanes, movimientos telúricos, ríos desbordados y ecosistemas colapsados son la respuesta de un planeta herido ante la avaricia y la indiferencia humanas.
El tiempo una vez más, sigue teniendo la razón: la naturaleza siempre responde. La pregunta es si aún estamos a tiempo de escucharla y actuar, vivimos en manos de autoridades que por momentos dan la espalda a la realidad ambiental, pero eso no debe ser impedimento para que nosotros como sociedad civil no podamos dar ese primer paso para aportar a la conservación del planeta.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion.
