Vuelve y juega. El narcotráfico como agenda principal entre América Latina y Estados Unidos toma de nuevo esa posición primordial en las relaciones entre el principal país consumidor y la principal región proveedora. Varios hechos de esta semana así lo indican. Veamos.
En Venezuela dos hechos significativos muestran la agenda del presidente Trump hacia ese país. El primero tiene que ver con el proceso por narcotráfico que se inicia contra el vicepresidente Tareck El Aissami. Hoy comienzan con sanciones y retiro de la visa pero no es de extrañarse que pronto vengan decisiones más complicadas en materia judicial.
El mensaje de Estados Unidos es claro: el señor El Aissami no puede ser el sucesor de Maduro entre otras razones por su estrecha relación con Irán y con Hezbollah. La equivocación de Estados Unidos es que cualquier sindicación de narcotráfico genera la reacción contraria, lo atornilla al poder pues genera la solidaridad de cuerpo, entre otras razones porque gran parte del gobierno está involucrado en narcotráfico. Para nadie es un secreto que el gobierno venezolano en sus altas esferas hoy es un gran concierto para delinquir alrededor de la corrupción y el narcotráfico por eso ese tipo de sanciones no logran el objetivo deseado.
El segundo hecho es la reunión de Lilian Tintori con Trump y la exigencia inmediata de la liberación de Leopoldo López por parte del presidente norteamericano. Obama nunca se reunió con ella y jamás le dio al tema de los presos políticos en Venezuela la visibilidad que hoy Trump le otorgó. Eso cambia la dinámica entre los dos países del trabajo diplomático, totalmente inefectivo, de la administración Obama a uno más público y confrontacional del actual gobierno.
La verdad ya era hora que algún país del continente se preocupara con el deterioro de los derechos humanos en Venezuela y con el marchitamiento de su democracia. Ojalá esta nueva actitud del gobierno norteamericano lleve por fin a una solución al drama político y económico que vive Venezuela.
Al otro lado de la frontera, en Colombia, un hecho poco significativo tiene implicaciones enormes que muestran para donde va este tema. Las lanchas de donación que recibió la Armada de Colombia por parte de los Estados Unidos manda un mensaje en varias direcciones. El primero, que la lucha de contención del narcotráfico en el Caribe se va a incrementar. El segundo que las Fuerzas Militares y de Policía en Colombia que van a enfrentar recortes importantes en recursos pueden contar con la cooperación económica de los Estados Unidos. Y tercero que el narcotráfico sigue siendo parte fundamental de la agenda.
Un país con 200.000 hectáreas de coca no es viable. Sin duda la estabilidad del peso frente al dólar a pesar de la crisis fiscal y de balanza de cambios tiene mucho que ver con que el país está inundado con dólares de la droga. El crecimiento de los urabeños, ahora llamado el cartel del Golfo (de Urabá), es impresionante. No me cabe la menor duda que en poco tiempo absorberán las disidencias de la Farc y se convertirán en una amenaza para la estabilidad del Estado. El presidente Santos dejará a Colombia, en 2018, como estábamos en la década antepasada.
Por eso el gran debate a corto plazo va a ser el de reasumir la aspersión como mecanismo de lucha contra el narcotráfico. Santos busca ganar tiempo con planes imposibles de cumplir y dejarle ese problema al próximo gobierno. Lo grave es que mientras tanto los urabeños y las Farc organizan las comunidades cocaleras que se opondrán a tales medidas.
Un país en manos del narcotráfico como Venezuela y otro que ha luchado contra esa plaga pero que cuando afloja de nuevo crece el fenómeno hoy por hoy son lo único que se ve en la agenda de Trump hacia el continente. Hasta un prudente silencio, que eso en Trump ya es algo, ha guardado frente a México. Pero si con algo podemos contar es que Estados Unidos no se ha olvidado, ni se olvida, del tema del narcotráfico y que de nuevo ese tema se convierte en el epicentro de las relaciones.