"Donde no hay visión, el pueblo perece.” Proverbios 29:18, La Biblia
En mis dos columnas anteriores abordé el tema demográfico desde una perspectiva global y de América Latina, esta columna tiene como base de información trabajos del Banco de la República (Julián A. Parra-Polanía y Juan D. Ladino Riveros), como también de Farné y Bruni (2024) e informes del Banco Mundial. Colombia está entrando en una nueva etapa demográfica que definirá su futuro económico y social. Según estimaciones del Banco de la República y la CEPAL, el país alcanzará el final de su bono demográfico hacia 2050, cuando la población en edad de trabajar comience a disminuir. En el escenario base, la fuerza laboral empezaría a reducirse en 2054, y en escenarios alternativos (que consideran la reciente caída de la natalidad) entre 2043 y 2045. A partir de ese momento, el país dejará de beneficiarse del impulso que otorga tener más trabajadores que dependientes.
Las proyecciones son llamativas. Para el año 2070, la fuerza laboral podría caer entre 0,5 % y 1,3 % anual, reduciendo el crecimiento del PIB en hasta 2,6 puntos porcentuales respecto a las décadas recientes. Aunque el PIB per cápita se vería menos afectado, dado una disminución simultánea de la población total, entre 0,4 % y 0,7 % anual; el impacto sobre la productividad y la sostenibilidad fiscal será notorio.
La transformación demográfica del país es inevitable. En el año 2000, el 62,8 % de los colombianos estaba en edad de trabajar y los mayores de 65 años representaban apenas el 4,6 % de la población. Para 2070, esas proporciones se invertirán: solo el 56,6 % estará en edad activa y los mayores de 65 años serán el 30 %. En apenas medio siglo, el país pasará de ser joven a envejecido. Hoy, 1.000 trabajadores sostienen a 101 adultos mayores, cuando en 2013 eran solo 65.
Este giro demográfico ocurre en un contexto de desigualdad y precariedad laboral. El 56,8 % de los ocupados son informales, con niveles más altos en sectores como la agricultura y la construcción. La alta informalidad no solo limita los ingresos y la productividad, sino que erosiona la base de cotizantes al sistema pensional, que ya depende del Presupuesto General de la Nación desde 2004. En otras palabras, menos jóvenes, más adultos mayores y un mercado laboral débil conforman una tormenta perfecta para las finanzas públicas.
El desafío, sin embargo, no es solo económico. Detrás de la caída en la natalidad hay transformaciones sociales de fondo: las mujeres enfrentan discriminación por maternidad, mayores costos de cuidado y dificultades para articular su vida laboral y familiar. Cada vez más, hombres y mujeres priorizan su formación profesional y estabilidad económica antes de tener hijos. En un país donde el 38 % de los jóvenes del futuro vive en departamentos con pobreza superior al promedio nacional, no invertir en su educación y oportunidades productivas equivale a hipotecar el crecimiento.
Superar este desafío requerirá políticas innovadoras: incentivos para la inclusión laboral femenina, programas de formación continua para adultos mayores, y una política migratoria estratégica que complemente el envejecimiento poblacional con fuerza laboral extranjera. Además, urge fortalecer el sistema de protección social con un enfoque de derechos, garantizando envejecimiento activo, inclusión y dignidad. El bono demográfico no es eterno. Su ocaso exige que Colombia reoriente su modelo de desarrollo hacia la productividad, la equidad y la sostenibilidad. La demografía no determina el destino, pero sí advierte los plazos. Y el reloj ya empezó a correr. “El futuro tiene muchos nombres: para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos lo desconocido, para los valientes es la oportunidad.” Victor Hugo.
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