Nota de la R. Mañana se celebra el Día internacional de la mujer, y le hemos pedido a nuestro columnista estrella que escriba una carta, que sirva para que todos nuestros lectores varones se la reenvíen, mañana, a su mujer preferida (esposa, novia, amante, la secreta, la amiguita, en fin). Basta que le cambien el nombre y listo.
Querida Nohemí (o Rosa:
Hoy es tu día y me levanté con el pie derecho, lleno de alegría, porque es tu fecha, fecha inolvidable y de gran recordación en el mundo entero, y en mi corazón.
Quiero que sepas que si no te llevé serenata anoche y hoy no te ofrezco regalo, es porque la situa está jodida, y en ningún momento porque me haya olvidado de ti.
¿Recuerdas las serenatas con que el otro día te agasajaba la víspera de tu cumpleaños y el día del amor y la amistad y el día de la mujer? Cualquier pretexto era bueno para cantarte Las mañanitas y Amorcito corazón y Cosas como tú. Pero los tiempos cambian. Y aunque el amor es el mismo, no así la billetera, que en estos tiempos anda encogida. Quiero decir que te sigo queriendo con la misma intensidad de antes, pero el bolsillo muestra otra fisonomía: ayer estaba gordo, repleto de bolos y de pesos, y ahora anda en una raquitiquez que da miedo.
Tú sabes, mejor que nadie, que nuestra economía, la de Cúcuta y la de los cucuteños, va de cuello p’al estanco, desde que la vaina se empezó a poner fea en Venezuela. Con el cierre de los puentes y la persecución a los colombianos, el contrabando se patrasió, y sin contrabando nuestra ciudad se muere, porque aquí todos vivíamos de traer gasolina, carne de res y de pollo, huevos, manteca y sal, del otro lado.
Hemos tratado de hacerlo por las trochas, pero eso sale muy costoso por los peajes que hay que pagar a lado y lado de la línea fronteriza, y así sale más caro el caldo que los huevos. Guaidó es el único al que no le cobran el paso trochero, a pesar de las órdenes de Miraflores.
Por eso, con esta peladez tan absoluta, no ha sido posible conseguir ni siquiera para una mísera tarjeta, mucho menos para celebración con discotecazo, motel o ratonera. Confórmate con acabarte el vino (aquí puede reemplazar por guarapo, águila o whisky) que nos quedó empezado la última vez que nos vimos, si es que ya no te lo acabaste. Pero nunca pienses, no, que es falta de cariño.
La Biblia no lo dice, pero parece ser que fue un 8 de marzo cuando el incidente aquel de la costilla de Adán, con la que resultó hecha la mujer. Hueso y todo, pero ustedes las mujeres fueron la mejor obra de la creación: Hermosas (no hay mujer fea, todo depende del ciego que la mire), llenas de ternura, con un 90-60-90 que ¡ay, Dios mío!, una inteligencia a todo vapor (así a los hombres nos duela reconocerlo), una capacidad asombrosa de trabajo y un deseo de echar p’alante que arrasa con lo que sea.
Lástima que algunas se vuelven amargadas, cantaleteadoras, celosas, gordas y peleadoras. Y hasta se mandan a hacer tatuajes. Pero esas son dos o tres, que en nada afectan la imagen de la mujer, o apenas un poquito. ¡Y no es coba!
Te lo digo con toda franqueza, lejos de adulación alguna, que haberte conocido fue lo mejor que me pasó en la vida. Aquella tarde (o noche o mañana) que te cruzaste por mi camino, jamás la olvidaré. Como jamás olvidaré tu sonrisa, ni tus manos, ni tu mirada entre coqueta y altiva, ni tu caminar de estrella fugaz que va iluminando el universo.
Por todo eso y mucho más es que te quiero. Te juro que el día que quiten los contenedores de los puentes y la gente vuelva a pasar, Cúcuta saldrá de sus escombros y yo volveré a dartelo que te mereces: boleros, vino y poemas (o rancheras, aguardiente y refranes). Mientras tanto, te pido paciencia, como decía mi abuelo Cleto Ardila: “Paciencia, piojo, que la noche es larga”.