Señor Presidente,
Quiero expresar mi indignación y descontento con lo sucedido en su gobierno. Durante años, usted fue admirado por muchos debido a sus serios debates como congresista, donde luchaba incansablemente contra el paramilitarismo, las mafias y la corrupción.
Lamentablemente, su obsesión por llegar al poder pareció hacerle olvidar la lucha que antes sostenía. Se rodeó no solo de lo peor de la clase política colombiana, sino que desde la campaña muchos advirtieron sobre la procedencia dudosa de dineros producto de la corrupción, el narcotráfico, el paramilitarismo, grupos al margen de la ley y de Venezuela.
Su credibilidad ha sido seriamente afectada, a pesar de sus comunicados de prensa que enfatizan la separación de poderes y el respeto por los organismos de control y los jueces. Aunque muchos lo felicitaron y admiraron por esas declaraciones, yo difiero en los halagos, puesto que cumplir con la ley es una obligación, especialmente cuando se ocupa el cargo de máxima autoridad del Estado.
También discrepo de la defensa que ha hecho usted y sus seguidores ante las graves acusaciones que ha realizado su hijo Nicolás sobre su campaña. En primer lugar, es totalmente reprochable que usted no haya cumplido con su deber como padre, pero hoy no me expresaré sobre este tema.
Lo que quiero destacar es que se equivocan quienes creen que estamos frente a un hijo descarriado o a un muchacho que usted ncrio. No presidente, estamos frente a su socio político desde hace una década. Nicolás fue quien lo acompañó en el balcón de la alcaldía y quien lideró las manifestaciones en la Costa. Los dos se han acompañado en sus aspiraciones políticas, y fue usted quien le entregó el bastón de mando para liderar la Colombia Humana en esa región. Para nadie era un secreto las andanzas de su hijo, los lujos que se daba y su cercanía con los clanes políticos corruptos de la Costa, que mostraba con orgullo. ¿Por qué lo involucró en su campaña? ¿Por qué le encomendó la campaña de la Costa si sabía quiénes eran sus aliados?
Presidente, usted fue quien tomó la decisión de aliarse con lo peor de la política tradicional, con aquellos a quienes había acusado y perseguido durante años. Resulta insólito que hoy se diga que todo fue a sus espaldas, dado que en campaña ya existían denuncias sobre las alianzas nonsanctas que su círculo más cercano estaba llevando a cabo.
Cuando uno se relaciona con bandidos, el resultado es este. Además, no solo se limitó a utilizarlos en campaña, como sus amigos sugirieron, sino que también ha otorgado beneficios a esa clase política que tanto criticó y denunció.
Tampoco podemos pasar por alto que durante su campaña no fue capaz de rechazar lo manifestado por Sebastián Guanumen cuando dio la orden de mover la línea ética. Más preocupante aún, no solo no dio la contraorden, sino que además lo premió nombrándolo cónsul.
Hoy le pregunto, ¿valió la pena haberse dejado llevar por la ambición de llegar al poder, pasando por encima de los principios y valores que tanto pregonó durante su carrera política?
¿Cómo se siente haber decepcionado y desesperanzado a millones de personas que votaron por usted? Recuerde que los ciudadanos estamos cansados, frustrados e impotentes frente a la corrupción, no podemos más. Estamos en un punto en donde muchos no esperamos reformas, sino que anhelamos que se detenga el robo de recursos públicos. De nada sirve aprobar leyes si se continúa manteniendo relaciones con los mismos bandidos de siempre.
Presidente, es cierto lo que usted manifestó sacando pecho en Sincelejo que no se va a caer, pero lo cierto es que los tres años que nos esperan van a ser caóticos, principalmente porque usted no cuenta con un grupo sólido de trabajo. Es unánime la crítica sobre su falta de capacidad para construir un equipo competente. Será muy difícil con sus funcionarios actuales enfrentar los desafíos que se esperan.
Señor presidente, desafortunadamente su mandato quedará registrado en la historia como el líder de izquierda que desperdició la oportunidad de cambiar el rumbo del país.
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