Cúcuta vive una peligrosa paradoja imposible de eludir en esta época, y que crece conforme van pasando los meses: Cada vez más personas se suman al pensamiento colectivo de ‘necesidad de cambio’, y con la misma velocidad crecen las voces de oposición al cambio. Se percibe la tentación a volver a lo acostumbrado, por más nefasto y podrido que fuera.
El cambio llegó desde 2020 y aunque hemos tenido dificultades serias, conquistó algo más importante que los aplausos, la popularidad o la veneración insana de la gente -que muchos se matan por tener-: Desenmascarar los eufemismos en los que nos tenían a todos, y devaluar el poder adquisitivo de la corrupción.
En la ciudad y el departamento, vivimos a base de eufemismos, y aunque actualmente es más fácil detectarlos, hay muchos que siguen pasando de agache y hacen daño.
Por ejemplo, podríamos decir que, con la plata de los impuestos de todos, y con lo que se robaron del POT hace algunos años, el ramirismo junior montó un nuevo local para acumular dinero y seguir vigente entre las socialités cucuteñas, pero no, lo que dicen por ahí es que abrieron un nuevo skinbar en la ciudad y que “miren como se está diversificando de lindo la economía”.
También escuchamos cosas como “hay que respetar los espacios de los partidos tradicionales en el marco de este nuevo gobierno”, cuando en realidad lo que quieren decir es: No importa que no haya una representación seria en una parte del Ministerio Público del departamento, mientras haya paz política.
Uno de mis favoritos por estos días es el de “era preferible antes porque había espacio para uno, se podía conversar”, cuando lo que en realidad quieren decir es: Ahora no nos dan contratos a dedo y toca competir en una plataforma que hace sentir hasta al más hábil en las TIC, como un completo incompetente. Les da ‘amsiedad’ el SECOP II (https://imgflip.com/i/6wiu6x).
Pero el peor de todos es el de “era mejor cuando contrataban las señoras y les ponían el chaleco amarillo, ahora no tienen de qué vivir”, cuando lo que en verdad quieren decir es que es preferible aceitar la maquinaria política a costillas de la necesidad de la gente que darles herramientas (maquinaria, cursos, promoción, intercambio de experiencias) para salir adelante y que logren su independencia económica y política.
Podría poner muchos más, pero ya me han regañado mucho por extenderme en mis columnas, y después de esta larga ausencia, no puedo permitirme ese lujo. Lo que sí es claro es que no es viable devolvernos a la ciudad que vivía a punta de eufemismos, prefiero la ciudad en la que hay debate, controversia y crítica, piel reseca pero limpia.
Tampoco pertenezco a quienes se comen el eufemismo de que nuestra continuidad es sinónimo de una reelección, soy consciente de que una serie de factores lograron esa estrepitosa derrota en las urnas hace meses, pero no por eso soy insensible ante el deseo (y la terquedad) de seguir luchando por la ciudad. Ah, y no, por favor no me incluyan entre el paquete del eufemismo de la travesura de Miguel o de que eso hace parte de su vida privada. Para mí (y muchos otros) esto fue un comportamiento reprochable como servidor y debería ser objeto de sanción (social, política y jurídica).
Punto aparte: Sobre mi decisión respecto a renunciar o no, sólo voy a mencionar que estoy lista para defender este proceso y luchar por consolidar algo mucho mejor, donde más voces puedan ser escuchadas. Defenderé el fuerte.