Entender la política como un escenario de ascensos y descensos en el progreso de la humanidad es una herencia de Occidente desde el siglo XV al XIX aproximadamente con las revoluciones científicas y políticas que se fueron dando a lo largo de ese período de tiempo. La idea de progreso es tan relativa como la opinión de las personas. Pero aun así ha sido uno de los objetivos fundamentales de las sociedades contemporáneas.
Cada cierto tiempo, en especial, cuando se acercan elecciones de nuevos gobiernos en nuestras democracias como la colombiana nos llega el miedo o terror a que estos pudiesen romper el dique de contención de las ideas sanas o sostenibles, racionales o como quiera llamárseles y pudieran alterar gran parte de los logros relativos que se han venido dando en la sociedad.
Por ejemplo, las incertidumbres a lo que sería Petro y un gobierno suyo “heterodoxo” para cumplir su dialéctica de campaña y de muchos años de trabajo político de una “nueva” transformación de la sociedad colombiana en la mayoría de aspectos económico, social, político, cultural, sociológico, ideológico, etc. El caso no solo aplica para Petro sino también para otros candidatos “anti-sistema” como podría ser en principio el ingeniero Rodolfo Hernández. Los demás candidatos(as) mal o bien representan el mismo status-quo de siempre con una mayor o menor intención de desplegar un “reformismo” político progresivo que no vaya a extralimitar de manera intempestiva el relato oficial de antaño.
Pero esta no es una columna de toma de postura o juicio político frente a la conveniencia o no de las propuestas de los diferentes candidatos(as) a la presidencia de Colombia. Por el contrario, es un llamado a la reflexión estratégica y ciudadana. A no tener temor ni temblor como diría el profesor Savater de analizar, indagar e investigar las diferentes ideas que se plantean para los próximos cuatro años de gobierno.
No hay que tener temor a los cambios. Como lo mencionaba de manera tangencial atrás, las reformas científicas y políticas de Occidente (en su mayoría) nos han enseñado que las sociedades son cambiantes. Mutan para bien o para mal, los individuos se han politizado en ese proceso sin importar si son o no parte del poder público y preciso el artefacto político-jurídico llamado “Constitución” que es hijo de esas revoluciones en mención nos permite contar como un “dique de contención” frente a posibles huracanes políticos que se puedan presentar en este tiempo de épocas electorales.
Las constituciones, y puede sonar trillado, funcionan como muros de protección a los derechos y garantías de las personas. Son como las “barreras de coral” que rodean algunas islas del mundo como la de San Andrés y Providencia las cuales permiten proteger y proveer de alimentos para un sinnúmero de criaturas marítimas e isleños en sus espacios de tierra de crecidas de oleajes, por huracanes fuertes, etc. Lo que quiero decir es que en el caso colombiano contamos con una de las “barreras de coral constitucional” más garantistas del mundo al menos desde lo formal.
Esa “barrera de coral constitucional” implica un límite jurídico difícil de superar sin desenmascarar de inmediato un posible vicio de tiranía de facto de cualquier gobierno elegido como es la prohibición constitucional de reelección inmediata o alternada en Colombia. Esa fue de hecho una de las grandes reformas que hizo el expresidente Santos en el año 2015 para de seguro, fortalecer esa “barrera de coral constitucional” que impidiese cualquier acción riesgosa de un gobierno extremista futuro que pretendiese romper las mínimas garantías fundamentales de los ciudadanos.