Hace años me invitaron a un conversatorio en la Biblioteca Pública de la ciudad para hablar del Derecho anglosajón y en esta ciudad tan leguleya solo logramos la asistencia de unos veinte de mis alumnos primíparos, de una escuela de Derecho anualizada, que fue protagonista del libre pensamiento en la ciudad.
Pero no me sorprendió la soledad, pues en nuestras academias, aún no hemos atendido la inspiración constitucional de la carta del 91 y ese “coctel” de influencia americana y europea que recogió instituciones del presidencialismo y del parlamentarismo, de estirpe anglosajona que no hemos podido aclimatar.
Y ese recuerdo del conversatorio lo renové leyendo en estos días de pandemia a Juan Carlos Gómez. En efecto desde tiempos inmemoriales, los sucesos incontrolables de la naturaleza como los desastres telúricos y los maremotos y las pestes, son hechos que suceden y justificamos como actos de Dios, no por superstición, ni mucho menos como castigo, sino ante la impotencia para contenerlos.
Además, el recuerdo se torna divertido, como dicen los niños de ahora, cuando en las redes sigue uno la diatriba de los ateos y los creyentes.
Un asunto irrelevante para los abogados, que observamos como la Gioconda y su sonrisa, pues para nosotros la mayor parte de los asuntos inexplicables les encontramos soluciones en la historia y en la sociología y dormimos bien.
Más en esta cultura occidental cuyos pilares estriban en Grecia, Roma y Cristo. Entonces sumamos dioses del Olimpo desde las ciudades estado griegas desde Urano y su incesto con Gea y ahí con juegos olímpicos hasta la bella Pandora y su caja famosa que contenía todos los males de la humanidad; pasaron 13 dioses principales y muchos menores. Roma nos dejó otra herencia intestada, de otra docena larga con diferencias de género, seis masculinos y seis femeninos desde Júpiter Tonante hasta Vulcano y Febo. Fuera de los anteriores soportamos los dioses de los crucigramas y de todo el planeta, porque el Derecho es la Historia, así seamos materialistas y Marx la incluyó. Por ello en tamaña discusión, los abogados seguimos observando la reyerta con una sonrisa displicente con o la de la Gioconda de Leonardo.
Y los abogados no nos complicamos, pues a los “Acts of God”, los trasladamos a las reglas inexplicables y las volvemos leyes y les incluimos figuras igualmente inexplicables que llamamos “caso fortuito o Fuerza mayor, y listos: adiós reyerta.
Adenda: El señor alcalde debe ponerle dientes a su decreto contra la especulación y el acaparamiento. Los inspectores de Policía que son los únicos con competencia para multar y cerrar tiendas grandes y pequeñas, como los servidores de la salud, deben ser los otros héroes sin descanso en esta pandemia.
