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Sucesos
La asesinaron con un martillo: así fue el feminicidio de la Mujer Hulk colombiana
La fisicoculturista Zunilda Hoyos Méndez fue hallada muerta en su apartamento en Fuengirola, España. Su esposo, Jarrod Gelling, es el principal sospechoso del feminicidio.

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Colprensa
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Miércoles, 2 de Julio de 2025

A Zunilda Hoyos Méndez la mataron con un martillo. No con una bala al paso ni con una trampa. A golpes. Uno. Otro. Otro más. Así, hasta que la vida se le fue apagando dentro de un apartamento de lujo en Fuengirola, al sur de España, donde vivía con su esposo, Jarrod Gelling.

Allí fue encontrada, tendida en el piso, con la fuerza rota y el cuerpo vencido. No hubo testigos. No hubo chance de correr. Zunilda, la Mujer Hulk, la fisicoculturista colombiana que transformó su cuerpo y su destino con disciplina y sudor, fue víctima de quien decía amarla.


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Zunilda tenía 43 años. Era fuerte. Era famosa. Era una sobreviviente. Había nacido en Toluviejo, Sucre, pero creció en Sincelejo. Comenzó a trabajar desde muy joven en la Gobernación del departamento. Tenía unos 28 años cuando entró por primera vez a un gimnasio. No fue para competir ni para posar en tarima: fue porque quería sentirse mejor. Su historia con las pesas fue una especie de renacimiento.

De las máquinas al podio. De la timidez al espejo. Su cuerpo se convirtió en escultura, en noticia, en símbolo. La llamaban “Amy Muscle”, la “She Hulk colombiana”.

Ganó torneos locales, recorrió Montería, Cartagena, Santa Marta, Barranquilla, Bogotá. En 2021, alcanzó el segundo puesto en el Campeonato Latinoamericano NPC Worldwide. Su carrera estaba en auge. Pero su vida íntima ya estaba resquebrajada.

Así conoció la “Mujer Hulk colombiana” a su asesino

En Medellín conoció a Jarrod Gelling, un colombo-estadounidense que la impulsó a abrirse camino en OnlyFans. Desde entonces, Zunilda combinaba los entrenamientos con la vida digital.

Tenía más de 100 mil seguidores en plataformas de contenido para adultos, y hablaba de ingresos que bordeaban el millón de dólares anuales. Manejó inversiones, ahorros en criptomonedas, y se convirtió en empresaria, influencer y fisicoculturista de talla internacional. Desde Dubái hasta Portugal, su agenda se llenó de competencias, sesiones fotográficas, contratos.

Pero tras esa fachada de éxito, Zunilda arrastraba el peso de una relación que le pesaba más que los discos de 25 kg. Sus familiares sabían que quería separarse. Jarrod, convaleciente de una cirugía de rodilla, ya no era el hombre que la motivaba. Era controlador, agresivo, posesivo.

Zunilda se lo había dicho a una amiga: quería terminar la relación apenas él se recuperara. Iba a regresar a Colombia sola, empezar de nuevo, rehacer su vida.


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El 14 de junio dejó de responder mensajes. Desapareció del mapa digital. Un compañero de gimnasio encendió las alarmas. La Policía Nacional entró al apartamento de la pareja en Fuengirola cinco días después. El silencio olía a muerte.

Zunilda estaba allí, asesinada a martillazos. Jarrod, en el baño, sin vida. Se habría quitado la vida con un arma blanca. La escena era brutal. El feminicidio fue confirmado. España volvió a sumar otra mujer muerta por violencia machista.

No hubo denuncias formales previas. Ningún parte registrado en Viogén, el sistema español de protección a víctimas. Pero eso no significa que no hubiera violencia. La hubo. Sorda, silenciosa, corrosiva. De esas que no dejan moretones visibles pero van minando la voluntad. La Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género lo reconoció como un crimen por razones de género. Un feminicidio en toda regla.

Zunilda no era solo músculo. Tenía corazón. Tenía barrio. Tenía memoria. Ayudaba a sus colegas en Mister Sinú, impulsaba el fisicoculturismo en su tierra, respondía mensajes de chicas que querían entrenar. Nunca se creyó más que nadie. Ni cuando posaba en bikini frente a cientos, ni cuando su cuenta de OnlyFans le generaba miles de dólares.

Era generosa. Cercana. Persistente. Su vida era una apuesta por el cuerpo, por el trabajo, por el derecho a existir como le diera la gana.

Hoy su historia se cuenta entre flores secas y cintas moradas. Es recordada como una campeona, pero también como una víctima más. Como una mujer que decidió volar alto y fue derribada por la mano de quien debía cuidarla. Su cuerpo ya no está. Su voz se apagó. Pero su historia no debe caer en el olvido.

La mataron a golpes, sí. Pero no la mataron en silencio. Su vida merece ser contada sin adornos. Sin eufemismos. Porque Zunilda no fue una estadística: fue una mujer real, con sueños, con rutinas, con un futuro que le arrebataron a punta de martillo.


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